Traductor- Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre

Libros de Aprendizaje Espiritual

Libros de Aprendizaje Espiritual
Haciendo clic en la foto te lleva a la página

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos
si haces clic en la imagen, te lleva al blog donde podrás leer la novela

Peregrina en la India

Peregrina en la India
si haces clic en la imagen, te lleva al blog donde podrás leer la novela

CAPÍTULO 9

 CAPÍTULO 9

                          


Noveno día: sábado

Bronca y trompadas. Avanza la seducción. Té y confesiones. Más diálogos profundos. Una reunión decisiva y la inesperada visita de un vecino. 



   1.


   Durante la mañana, Diego siguió escuchando la radio. Y se fue enterando de que la situación empeoraba: inundaciones en muchos lugares, ningún indicio de que la tormenta terminase en las próximas horas y lo peor: algunos aludes, si bien pequeños,  ya  estaban ocurriendo en  otras áreas montañosas y podrían producirse en la zona donde ellos estaban. 

   Indignado,  fue a buscar al barbudo para recriminarle.

   Después de preguntarle a Isabel dónde encontrarlo, se dirigió al cobertizo cercano al galpón.  Fernando estaba vestido de apicultor y al ver a Diego le gritó que no se acercara: trabajaba con las abejas y sería peligroso para él. 

—¡Quedate junto al galpón!… ¡Ahora voy!

   Vio a Fernando quitándose la protección de la cabeza, acomodando algunas cosas, caminando hacia él… Todo le pareció muy lento a  su enojo e impaciencia.

—¿Qué necesitás?

   Le habló atropelladamente: no les habían dicho la verdad, pero él ya sabía lo que pasaba, estaba escuchando los informativos. Y  le exigía que  tomara alguna medida.

—¡No me voy a quedar sentado, esperando que me cubra el agua o me tape un alud,  hay que buscar alguna solución!

   Fernando, con evidente turbación, declaró que no les habían dicho la verdad para no preocuparlos… En cuanto a soluciones: nada se podía hacer, salvo esperar, a lo cual Diego replicó que siempre se puede hacer algo. 

   La discusión fue subiendo de tono, hasta que Fernando pretendió frenarla diciendo que tenía que seguir con las abejas,  e hizo ademán de alejarse. 

   Diego no lo dejó. Se arrojó contra él con violencia y comenzó a pegarle.

   El barbudo se defendía esquivando los golpes y retrocediendo, pero iba de espaldas y se cayó al suelo. 

   Diego siguió descargando su ira con los pies…  

 

   Luis estaba leyendo junto a la puerta vidriera de su habitación y vio movimientos extraños entre los árboles, por donde estaba el galpón. 

   Se puso la campera y salió apresuradamente. Al acercarse, distinguió a Fernando tirado en el suelo, intentando protegerse el rostro, mientras Diego, con la cara roja de rabia, lo insultaba y le daba puntapiés.  

—¡Basta, basta!  —gritó Luis, agarrando al chico por los brazos.

   Lo atajó como pudo, y Diego pareció darse cuenta de su frenesí agresivo. Recogió sus anteojos tirados por ahí, los revisó y se fue. 

   Fernando se levantó en forma vacilante. Estaba, sin duda, aturdido y lastimado. Le dio las gracias, pero no respondió las preguntas de Luis. Y se alejó, diciendo “voy a lavarme”.


   2.

 

—¡Panza llena, corazón contento! —le decía Isabel a la gata, mientras se esmeraba en la preparación del almuerzo.

    Y de pronto apareció Betti por la puerta vaivén. 

—¿Qué se le ofrece?

   Betti entró con un cigarrillo prendido en la mano y tal expresión de enojo que Isabel no se animó a decirle que lo apagara. 

—¡No soporto más sus insípidas comidas, quiero algo diferente, y además quiero que me digan lo que está pasando!  Es obvio que estamos aislados y que si alguien se enfermara, por ejemplo Luis, no podríamos salir ni pedir ayuda,  pero usted nos quiere convencer que no pasa nada. 

   Continuó mostrando su enojo con toda clase de groserías contra la comida, la hostería y ellos dos, diciendo que los iba a demandar. 

   Isabel, para calmarla, le ofreció la única otra opción alimenticia: huevos y papas fritas, pero Betti, a los alaridos, dijo que eso sería fatal para su hígado. Terminó aceptando la tarta de choclos que estaba en el horno, y después de llenarle la cocina de humo y tirar la colilla al piso, salió con aire furibundo.

    Isabel se derrumbó en una silla y acarició a Petrona, que había saltado a su regazo.  La visita la había dejado molesta, intranquila. ¿Y si hubiera que decirles la verdad, lo que decían los informativos de la radio?  

   Cuando Fernando vino para ayudarla y se enteró del incidente con Diego, reconoció que a lo mejor él tenía razón y que convendría hablar con los huéspedes. 

—Bueno, ¡al fin entrás en razones!  —resopló Fernando con indudable alivio.

—Pero del helicóptero no digas nada… No lo veo necesario y además…, todavía no me cierran las cuentas.

   Sacó de la despensa un vino patero muy bueno, que le compraban a un vecino. Les serviría vino para que se achisparan un poco. No era la bebida habitual en las comidas, pero un poco de alcohol levantaría los ánimos. 


   3.


   Mariana no se había levantado para desayunar. Siguió durmiendo  y al despertar ya era casi la hora del almuerzo. 

   Lo primero que hizo, al abandonar el tibio lecho, fue mirar por la ventana. Los cerros: desaparecidos, envueltos en la neblina… Y todo estaba mojado, incluso el gran perro pastor Hércules, que daba vueltas por ahí husmeando el suelo. 

   Sintió una ráfaga de inquietud, un sobresalto, pero se le pasó enseguida. ¡No debía abandonarse a esos sentimientos! Se daría una ducha: nada como el agua para limpiar el aura.

   Después de la ducha se sintió mejor. Y no demoró en vestirse: ¡tenía hambre!

   Ya estaban todos sentados a la mesa. Isabel estaba sirviendo porciones de una tarta con aroma exquisito y sobre la mesa vio dos botellones con un líquido color rubí. ¿Isabel sirviendo vino?

   Fernando, con banditas plásticas en el rostro, esbozó una débil sonrisa al verla llegar.  

—Bueno, ya estamos todos, así que voy a explicarles algunas cosas —anunció  con  gravedad.

—Me imagino lo que nos va a decir  —dijo Luis.

—¡Yo también, era hora! —gritó Betti.  

—La situación es un poco problemática y hasta ahora no quisimos asustarlos, pero la verdad es que estamos en emergencia. 

   Betti saltó de la silla y exclamó que necesitaba fumar. Se fue junto a una ventana y encendió un cigarrillo, después de abrirla un poquito. 

   Fernando resumió lo que decían los informativos y luego se explayó con pormenores en la situación de ellos. 

—Estamos en plena sierra. El río, como todos saben, porque algunos salen a caminar,  está muy por encima de su nivel normal. El vado ha desaparecido: nos hemos convertido realmente en una isla….

   Lo escucharon en silencio  y Mariana comprobó que no les decía todo: no estaba mencionando la posibilidad de aludes. Tuvo la tentación de revelarlo, pero enseguida pensó en Luis, en su corazón. Quizás era mejor ocultarlo.

   Fernando aclaró que no se iban a morir de hambre o de sed: los alimentos no eran un problema. El problema era que estaban aislados y tendrían que permanecer así hasta que el temporal se calmara.

   Diego, sin mirarlo, declaró haber comprobado el lento y persistente avance del agua: ¿no podría llegar hasta donde estaban ellos, no podría cubrirlos?

—No, es  imposible,  no puede llegar tan lejos de su cauce, aunque sí puede llegar hasta las cabañas, y ya que estamos..., les sugiero que se muden aquí. Hay habitaciones libres y el edificio de la hostería  es más seguro que las cabañas.

—¿Y qué me dice de los aludes? —prosiguió Diego, mirando a Mariana—. Hoy escuché la radio… 

   Y Diego contó  detalladamente lo que había escuchado... Lo que dijo tomó a Mariana por sorpresa: las avalanchas no eran más una posibilidad, ¡eran un hecho en otros sitios serranos!... Reparó en Isabel levantándose y atravesando la puerta vaivén. Y en Fernando, que con cara de culpa balbuceaba frases tranquilizadoras: eran aludes pequeños, no eran peligrosos, no tenían que temer…

   Muchos  comentarios se superpusieron… 

—No voy a resignarme a este pasivo e impotente aislamiento. Quiero irme, y estuve investigando posibles formas para salir de aquí, en caso que la tormenta continúe —declaró Diego casi a los gritos. 

   Y enseguida propuso que tuvieran una reunión los hombres,  para ver si hacían algo. 

   Mariana objetó su propuesta: ¿una reunión los hombres?..., ¿y las mujeres, qué? 

   Diego se disculpó: para lo que había proyectado tendrían que trabajar los hombres.

—El trabajo podrá ser para los hombres, pero las decisiones tenemos que tomarlas entre todos  —le reprochó Mariana.   

   Fernando aceptó que se juntaran para conversar, aunque insistiendo en que no imaginaba  formas de salir antes que las aguas bajaran.  

   Diego, que no lo había mirado durante todo el almuerzo, le clavó la vista y le aseguró que sí,  que había una forma,  y que no era difícil de llevar a cabo.

   Decidieron  encontrarse todos en un par de horas, antes de la merienda.


   4.  


   Diego le había contado a Verónica su pelea con Fernando. Al enterarse, ella pensó en ir a verlo: quería oír su versión sobre lo ocurrido, pero sobre todo quería encontrarlo a solas.  

   Durante las horas de la siesta se animó a buscarlo. Era un buen momento: Diego dormía  y afuera la lluvia era muy suave. Además, Isabel debía estar ocupada en la cocina, dando su clase de cocina naturista,  y él estaría solo en algún lugar.

   Trató de no meter los pies en los charcos, muy numerosos, ni en los sitios embarrados. Y fue hasta el galpón…, pero allí no estaba. Tampoco lo encontró dentro del edificio. ¿Estaría en su departamento? Tuvo la tentación de ir, aunque era arriesgado. Ayer, cuando volvían, Fernando le había señalado el acceso (unos metros antes de la puerta de la cocina) a una escalera de madera lustrosa, diciéndole que él vivía arriba.

   Salió por la puerta del frente y dando un rodeo llegó cerca de la cocina. A través de las ventanas pudo ver a Isabel, de espaldas, y a las otras dos, todas alrededor de la mesa, batiendo, mezclando y charlando. 

   Se alejó del edificio, ocultándose detrás de las plantas, y enseguida se acercó de nuevo, hasta alcanzar la entrada donde comenzaba la escalera. 

   Se estaba divirtiendo, como si fuera una travesura. Subió la escalera y se encontró frente a una hermosa puerta, también de madera oscura y lustrosa, con herrajes negros que parecían antiguos. La puerta estaba entreabierta. 

   Entró a un pequeño rellano que tenía ventanitas. La vista desde allí era increíble: una cadena de cumbres majestuosas, a pesar de la niebla que las desdibujaba. Su grandeza la  impresionó.

—¡Fernando, hola! 

   Él apareció enseguida,  sorprendido,  ¿complacido?

— ¡Verónica, qué sorpresa!

—Te busqué por todas partes, espero que no te moleste que haya venido aquí.

   Él  sonrió, la miró de un modo penetrante. 

—A mí no me molesta, pero hay una persona a quien podría molestarle mucho.

—Está en la cocina dando clase  —respondió ella con picardía.

   Él se tironeó de la barba, mudo por algunos segundos…

—Sí, pero mejor nos vemos en otro lado… Ah, me topé con un libro que te va a interesar más que el otro. Es el testimonio de una canal norteamericana y se lee como si fuera una novela. Creo que te va a gustar, y sobre todo creo que te va a servir. Te lo busco y nos encontramos en el galpón, en cinco minutos, ¿te parece?...  Y ahora mejor bajá  y tratá que Isabel no te vea.  

   Verónica  asintió y se fue, haciendo la misma maniobra que al venir… En la cocina todo seguía igual, y  se alejó rápidamente en dirección al galpón.


   Después que Verónica se fue, Fernando necesitó sentarse: estaba un poco conmocionado. Y trató de recapitular, de aclararse: ¿sí o no? 

  “Está completamente conmigo, es evidente... ¿Qué hago?”

   Nunca le había sido infiel a Isabel, pero era obvio que la chica lo estaba buscando, y no sería nada desagradable, tal como venían las cosas... ¡Pero no, sería una locura!... No solamente por Isabel, estaba el novio… A propósito:  ¿dónde lo habría dejado? 

   Bah, ¡qué tontería!, no iba a pasar nada… Le prestaría el libro, charlarían un poco, y nada más… ¡Y basta de citas secretas con una huésped!


   5. 


   Después de oír las noticias que transmitiera Diego, Luis se había sentido tan mal que no pudo terminar de comer.    

    Al volver a su habitación, se tiró sobre la cama y se hundió en oscuras cavilaciones, en presagios perturbadores y tenebrosos… De algún modo tenía que morirse, pero nunca imaginó  morir dentro de una hostería, cubierto por el barro de un alud.

   Al cabo de un rato se levantó y usó el tensiómetro digital: su presión estaba alta.  Se tomó una pastilla adicional a la que tomaba cada mañana y razonó que le convendría  distraerse con algo. ¿Mariana? Conversar le haría bien, pero a lo mejor ella estaba descansando. Entonces las historietas, que siempre eran un buen entretenimiento. Y salió de su cuarto para buscar algunas. 

   En el saloncito encontró a la profesora. Estaba sentada leyendo y lo recibió con una sonrisa tierna. 

   “Esta mujer tiene algo que me calma: ¡tan amable, con esa sonrisa tan dulce!” pensó,  y le preguntó  tristemente si todavía tenía ganas de sonreír.

—Bueno, Luis, no hay que pensar así. Es preocupante, no lo niego, pero tenemos que ser optimistas, si nos ponemos a ver todo negro es peor… Charlemos de cosas lindas. 

   Y le pidió que le hablara de su familia.

   Él ofreció mostrarle fotos y fue a buscarlas, mientras ella iba a buscar alguna infusión. 

   Ya en su habitación, Luis registró su bolso y solamente escogió las fotos donde estaban sus hijas. No tenía ganas de mostrar las fotos de su mujer, aunque no sabía bien por qué… Contempló las fotos: ¡eran tan lindas sus dos chiquitas!... Y de nuevo se sintió mal. 


   Cuando volvió de la cocina con el té, Mariana encontró a Luis derrumbado sobre el sofá, con una expresión de abatimiento profundo.

—Por momentos pienso que de aquí no salimos con vida  —le dijo, con toda la tristeza del mundo en la mirada.

 —Vamos Luis, no se deprima, ¡seguro que salimos con vida!... A lo mejor mañana al despertarnos vemos que volvió el sol.

   Pero él confesó  estar muy desmoralizado. Extrañaba a su familia, sobre todo a sus hijas. No pasaba demasiado tiempo con ellas, tenía que reconocerlo. Esa era la constante queja de su mujer: “las nenas crecieron casi sin verte”. Y él sabía que era verdad, pero ¿qué hubiera podido hacer? Abrirse camino con un pequeño negocio, en un país como la Argentina, demanda de uno dedicación total. Gracias a eso les había ido bien y su negocio prosperó;  bueno, hasta lo del corralito y la crisis. Ahí se vino todo abajo: veinte años de esfuerzo viniéndose abajo por culpa de los políticos o de una política económica equivocada, o vaya a saber Dios por culpa de qué o de quién.

   Mariana intentó consolarlo: pronto acabaría la tormenta, volvería con su familia, no debía desalentarse de ese modo. ¿O es que sentía también malestar físico? 

 —Y…, no estoy demasiado bien, me subió la presión, pero no es algo físico únicamente…  Me gustaría irme… y esto de no tener teléfono… Seguro que mi familia está preocupada, ya deben saber de las tormentas en esta zona… 

   Mariana se acomodó a su lado. 

—Sí, probablemente… Los míos no creo que se hayan enterado. Mi mamá está casi sorda y ve mal, por lo cual no mira televisión ni escucha la radio, y supongo que mis primos, si lo saben, no se lo van a decir. En cuanto a mi hijo: está de vacaciones con unos amigos y jamás se entera de lo que pasa.

   Se pusieron a charlar sobre sus hijos. Tanto las chicas de él como el chico de ella tenían edades parecidas, estaban en la terrible adolescencia. Ambos compartían esa experiencia como padres, tan similar. Se quejaron, aunque también se rieron. Se consolaron mutuamente, aunque también  presumieron: a pesar de todo, sus hijos eran maravillosos.

   Concluido el té y las confesiones, Mariana declaró que retomaría su lectura. Luis dijo que haría lo mismo y empezó a hojear unas revistas. 

   Luego de unos minutos, Mariana miró de reojo la revista que  Luis tenía en las manos. 

—¡Cómo le gustan las aventuras a los hombres!... En esa historieta, según veo, todos se pelean  —rió suavemente Mariana.

—Sí, hay guerra entre buenos y malos —respondió Luis con una sonrisa, cerrando la revista. 

—¿Y cómo termina, ganan los buenos?  —se burló ella.

—Y sí, cómo va a terminar… En las historietas y en las películas casi siempre ganan los buenos.

—Lo cual no siempre ocurre en la vida real…

   Él  quedó unos segundos pensativo. 

 —¿Usted cree?

  Mariana  lo miró con intensa seriedad. 

—Soy profesora de historia. Y la historia de la humanidad es lamentable, dolorosa, terrible:  guerras, destrucción, saqueo, injusticia…

  Y  se explayó en detalles, mientras Luis la  escuchaba con atención y estupor.

—Tiene razón,  ¡es un espanto!

—Ya sé que usted no está versado en asuntos esotéricos, pero puede entenderme… Creo, para continuar con el tema de los Hostiles, que el mundo está en manos de la Oscuridad, que los servidores de la Oscuridad están por todas partes, y que para la Luz y los servidores de la Luz es cada día más difícil...,  si bien tengo esperanzas de que eso cambie.


   Fernando había venido para encender el hogar y escuchó las últimas palabras de Mariana.

 —Permítanme participar de la conversación… Es muy interesante lo que usted dice, Mariana,  siempre lo consideré así, aunque no es un problema reciente.

 —No, sin duda que no. Como acabo de decirle a Luis: la historia de la humanidad se parece a una novela de terror.

   Fernando afirmó con la cabeza y continuó:

—¿Saben lo que dice una de las profecías de Fátima, esa que nunca fue revelada y que la Iglesia se ocupó de ocultar, pero cuyo contenido finalmente está trascendiendo? 

—Algo sé, pero mejor que nos cuente y ponga a Luis en antecedentes.

   Luis agradeció: había escuchado sobre el milagro de Fátima, pero no demasiado. 

   Fernando se acomodó en otro sillón y les contó:

—Antes que terminara la primera guerra mundial, tres niños pastores de Portugal presenciaron varias apariciones de la Virgen, quien reveló a los niños, en varios mensajes, terribles profecías acerca del futuro de la humanidad. Mucho de eso se cumplió, como por ejemplo la segunda guerra mundial, pero hay una parte, que se conoce como el tercer secreto de Fátima, que la Iglesia no ha querido divulgar. Y lo que dice es que el demonio está en todas partes. Recuerdo haber leído esta frase: “Satanás reinará desde los más altos puestos y seducirá los espíritus de los grandes sabios que inventarán armas terribles”.  Tengan en cuenta que esto fue en 1917, muchos años antes de que apareciera la bomba atómica.

   Inevitablemente, volvieron al tema sobre el cual disentían: si el cambio en la humanidad iba a ser a consecuencia de una catástrofe o sería de un modo lento. Fernando defendió tenazmente su posición, aludiendo a las coincidencias entre las profecías.

—Miren: lo que más me llamó la atención al leer sobre las profecías son las coincidencias.  ¡Es verdaderamente asombroso! Personas de diferentes épocas y culturas hacen profecías muy semejantes. Y eso para mí es una prueba de su veracidad, de su valor: ¡todos dicen lo mismo! Tanto los profetas bíblicos como los de la Edad Media, monjes o laicos, de una u otra cultura. Y también las increíbles profecías de los indios Hopi  o la muy actual versión de las profecías mayas. Todos coinciden a grandes rasgos en su visión del futuro: un futuro colmado de catástrofes naturales, sociales, económicas... Sequías y heladas, lluvias interminables e inundaciones,  hambrunas, terremotos, maremotos... Y en todas se repite el mismo conflicto esencial: la lucha definitiva entre el Bien y el Mal, después de la cual el Bien triunfa y llega para la humanidad una época de mayor armonía y espiritualidad.   

—¿Y alguna vez leyó alguna profecía sobre la actual crisis en la Argentina? —preguntó Luis. 

—Específicamente para la Argentina no, pero crisis económicas para todo el planeta sí, eso está profetizado.

   Quedaron unos minutos en silencio… 

—Por supuesto —agregó Fernando—, que hay que tener en cuenta a la voluntad humana. Si la humanidad tomara conciencia y hubiera transformaciones a un nivel masivo, colectivo, esos desastres anunciados no necesitarían cumplirse. Pero ya saben cómo pienso…

—Yo creo que las catástrofes ya se están produciendo; que no es una sola, monstruosa y definitiva, sino que son muchas, en diferentes lugares —afirmó Mariana—. Ya estamos padeciéndolas: estamos viviendo en el tiempo de las profecías.

   El debate continuó…

   A Fernando, de a ratos, le parecía que la profesora lo miraba con ironía, como reprochándole su incoherencia, sus contradicciones. ¿O sería una impresión?  

   Solamente se interrumpieron con la llegada de  Betti: era la hora de la reunión.


   6.


   Se van acomodando en sillas y sillones. Solamente falta Isabel. Mariana pregunta por ella, y enseguida dice que va a buscarla.

   La encuentra  fregando un lavatorio. 

—Isabel,  usted tiene que participar de la reunión,  después termina con eso.  

   La dueña da muchas excusas, pero ante la insistencia de Mariana, se saca el delantal y van a la salita. Cuando llegan, Diego comienza:

—Les pedí que nos juntemos,  porque desde hace dos días estoy pensando que hay que hacer algo. No podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que las camas floten y tengamos que subirnos a los muebles, o que un alud nos tape. Fernando asegura que el agua no va a llegar hasta el edificio y probablemente es así,  pero los aludes son otra historia: son un peligro real. Y lo que se me ocurrió es construir un pequeño puente para cruzar el vado. Si lo construimos fuerte, resistente, podremos cruzar con los vehículos y salir de la zona de peligro. 

   Todos hablan a la vez, opinando, preguntando… Isabel dice que aunque cruzaran el vado, andar por esos caminos con un vehículo, al borde de precipicios, con el suelo embarrado y resbaloso, es suicida, y que más seguro es quedarse ahí hasta que la tormenta finalice.

   Diego replica con enojo que prefiere arriesgarse por los caminos que seguir allí adentro, esperando que los tape un alud.

   Discuten, se expresan casi a los gritos, cuando, ante el asombro general, se oyen  fuertes golpes en la puerta de la cocina. 

   Isabel se levanta y vuelve a los pocos minutos con cara muy sonriente. La sigue un chico joven, con aspecto de paisano, vestido con bombachas gauchas y una remera de su equipo de fútbol. Está totalmente mojado y entra en la salita  con cierta timidez.

   Isabel exclama repetidamente: ¡lo que es tener buenos vecinos!, y les cuenta que el vecino más cercano montaña arriba, don Pancho, suponiendo que se han quedado aislados, ha enviado a su hijo Tomasito con víveres frescos: huevos, verduras, queso, y también algo de combustible...

   ¿Y cómo Tomasito ha podido llegar hasta la hostería?, es la pregunta de todos. El chico sonríe, se sonroja, les explica que él está a caballo, que vino por senderos de la montaña,  que así y todo le llevó el doble de tiempo que en un día normal, y que casi se le lastima el caballo, que tuvo que hacer proezas para andar por esos senderos el pobre Maradona. 

   Todos ríen, distendidos unos segundos, y Luis pregunta: 

—¿Maradona?

   Tomasito vuelve a sonrojarse.  

—Y sí, le puse como a mi ídolo… No creo que a él le moleste. 

   Betti exclama que si el chico pudo venir, debe ser posible salir. Fernando la mira con desdén.

—Señora: usted no podría caminar por esos senderos más que media hora. Y además la chacra de don Pancho también está aislada: es mucho más arriba que nosotros y lo mismo que nosotros tienen que atravesar el vado para salir a la ruta con un vehículo.

   Y le pregunta a Tomasito cómo la están pasando en su casa. 

   El chico tiene un rebenque en las manos, al cual anuda y desanuda, quizás nervioso por ser el centro de la atención. 

—Y…, se cortó la luz, parece que en un poste anterior al vado, y se nos acabaron las pilas, por lo cual ni podemos oír la radio... Pero de comida y combustible no tenemos problema. 

    Fernando aclara que don Pancho tiene animales, además de una linda huerta, y que puede subsistir largo tiempo carneando vacas y lechones.  

 —Y también pollos y gallinas —señala Tomasito. 

    Y mirando a Isabel:

—Dijo mi padre que me quede hoy aquí para ayudarlos. Mañana me vuelvo. 

   Isabel se va a la cocina con Tomasito, muy excitada.

   Diego retoma la palabra: construir un puente es una buena opción y de última, si cuando lo terminan algunos prefieren quedarse, él y los que se atrevan podrán usar el puente, llegar al pueblo y pedir ayuda. Estuvo inspeccionando la zona del vado y vio un lugar muy angosto, con terreno alto de ambos lados. Con cinco metros de largo bastaría. Sólo tendrían que sacar arbustos, y para asegurarlo necesitarían cables o sogas gruesas…

   Al cabo de muchas explicaciones técnicas, y de muchas declaraciones a favor y en contra, Luis pregunta: 

—¿Y de dónde sacamos la madera para construir el puente? 

—¡Cerro de la Isla está lleno de árboles! —chilla Betti.

   Pero Fernando les dice que no cualquier árbol o cualquier madera sirven para eso,  que no va a ser fácil instalar el puente, y que no sabe cómo van a proveerse de los demás materiales que necesitan. Enumera muchos obstáculos: no parece muy contento con la idea.

   Isabel, que ha escuchado todo desde la cocina, cuya puerta vaivén ha dejado abierta, grita desde allí:

—¡Tenemos madera de sobra para construir el puente! 

   Y se asoma, diciendo que hay árboles que se pueden usar. Fernando la mira con cara de asombro,  mientras ella agrega:

—Tomasito puede ayudar a los hombres a derribarlos, tenemos varias hachas, porque si usamos el combustible para la moto sierra no va a quedar para las lámparas.   

   Siguen conversando y discutiendo los detalles técnicos hasta que llega la noche. Durante la cena continúan, con gran aburrimiento de las mujeres, que no entienden demasiado.


   7.


   Después de la cena, mientras lavaban los platos en la cocina, Fernando le confesó a su mujer que estaba muy sorprendido por su consentimiento.

—Mirá, lo que importa es que se queden lo más posible y que se entretengan con algo. Lo del puente es un delirio y no creo que funcione, pero los va a mantener ocupados y optimistas...  Mientras tanto, estoy segura que va a parar esta furia de temporal y todo saldrá bien para todos. En cuanto a los árboles: tenemos de sobra y realmente hay varios que se pueden cortar. Prefiero perder algunos árboles...

   Fernando detestaba derribar árboles, y además no compartía el optimismo de ella: no creía que la tormenta fuera a terminar enseguida  y le parecía absurdo lo del puente. 

   Volvió a proponerle que llamaran al helicóptero, que al menos lo mencionaran y los huéspedes decidieran.

   Pero no hubo caso… Como siempre, la última palabra la tuvo ella.


   8. 


   Después de la cena, Verónica y Diego se mudaron. Isabel les dio el dormitorio azul, al fondo del corredor.

   A Verónica le encantó: tenía una gran ventana. A Diego no… y se quejó: en lugar de una cama matrimonial había dos camitas de una plaza. 

   Isabel les propuso traer una cama de dos plazas: tenía camas de sobra. Pero Verónica decidió que no:

—Por favor, con los problemas que tenemos... Así está bien.

   Sin embargo, a Verónica la tormenta no la desvelaba. Era un acontecimiento favorable, pues le permitía prolongar la estadía. Estaba contenta por estar allí, crecientemente complacida con su inesperada mediumnidad  y deleitándose con sus sentimientos, porque Fernando le gustaba cada vez más, pero también le gustaba Diego. Y dedicaba casi todas sus horas a navegar en este dilema, que por ahora era muy placentero, casi embriagante. 

   El par de libros que le prestara Fernando apenas los leía: ¿de qué le iba a servir leerlos si después de canalizar no recordaba nada?... Todavía sentía temores, aunque no lo confesaba.  Mariana la había convencido de que todo lo que le ocurría estaba bien, que era muy valioso y que sólo podría beneficiarla. Y Verónica  confiaba en ella, a pesar de los temores. 


   El que leía libros, durante esos largos días de encierro, era Diego. Las canalizaciones de Verónica venían produciendo en él un efecto muy particular. Al principio las había rechazado con una mezcla de dudas y recelos: Verónica era muy impresionable, estaba fascinada con la onda de la hostería y con los discursos del barbudo, se la pasaban hablando de esos temas, etc. etc. No creía que fuese una actuación, pero sí quizás una sugestión, algo parecido a la hipnosis. Y obviamente, el sugestionador era el barbudo.

   Pero al conversarlo con Mariana, (la profesora le inspiraba respeto, era una mujer inteligente, seria y sincera) quien le aseguró que lo de Vero no era  una sugestión,  sino una verdadera canalización, su naturaleza indagadora lo empujó a reconocer, al menos como hipótesis, que lo que le ocurría a su novia era algo auténtico, digno de ser investigado. Y decidió ponerse a leer sobre el tema. 

   Leía rápido, y al terminar los libros prestados por Fernando y no encontrar nada interesante en los estantes de la salita, supuso que los dueños tendrían otros atesorados en su biblioteca particular. 

   Y una mañana se había presentado en la cocina, para pedirle más material de lectura a Isabel. 

   Ella le había dirigido  una sonrisa cómplice: 

—Sobre canalizaciones no creo que haya mucho más, pero tenemos otros sobre temas parecidos.

   Y al enumerar Isabel qué género de libros había en su departamento, a Diego le despertaron gran interés los libros sobre ecología. 

   Isabel lo había dejado tomando un mate y al regresar traía casi una docena de libros.

—Mirá, te traje varios: viaje astral, reencarnación, espiritismo, la existencia del alma.... Y también los de ecología.

   A Diego los títulos lo desconcertaron: jamás se le hubiera ocurrido leer sobre todo eso,  pero bueno..., tenía que investigar. Y con verdadero interés se había sumergido en la lectura, a veces atenta, a veces a vuelo de pájaro, de todos esos textos nuevos, insólitos, asombrosos... Al principio lo hizo con escepticismo, saltando párrafos, buscando solamente algo que tuviera que ver con lo que le pasaba a Verónica. Pero a medida que leía, fue aceptando que podía haber alguna verdad en las declaraciones de esos autores. 

   En el libro sobre la existencia del alma, le habían impresionado ciertas afirmaciones tan contundentes como una afirmación científica:

   “Todos en Occidente creemos en el Inconsciente. Ahora bien, ¿dónde está el Inconsciente? ¿Acaso se puede tocar, se puede ver? Es apenas una inferencia, un concepto para definir experiencias interiores. De igual modo: ¿por qué no reconocer la existencia del alma, que no vemos ni tocamos, pero que algunos sentimos como una realidad interior?”

   Se fue entusiasmando… ¡Cuánto para conocer, para descubrir!… Y él que no lo había advertido hasta entonces.




No hay comentarios:

Publicar un comentario