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Peregrina en la India

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CAPÍTULO 7

 CAPÍTULO 7


         

Séptimo día: jueves 

Un día tranquilo hasta que: nuevos y terribles mensajes. Polémica acerca de las profecías. 


 

   1.


   El día transcurrió sin sobresaltos hasta el anochecer…

   Luis se había resignado a quedarse hasta que finalizara la tormenta, comprendiendo que salir en esas condiciones y por esos caminos, al borde de precipicios, era muy arriesgado. Pasó el tiempo mirando una película tras otra, incluso algunas que no le gustaban, para complacer a las señoras. 

   Betti también se había resignado. Casi instalada en la salita, a la que únicamente abandonaba para comer o fumar, disfrutó de algunos filmes junto a los demás y logró entretenerse.

   Mariana, además de leer y mirar una película, salió a dar un breve paseo por los alrededores, al comprobar que la lluvia era muy suave. Todo estaba embarrado y no pudo llegar muy lejos,  pero le hizo bien caminar un poco y estar a solas en medio de ese esplendor, aun más impresionante con esos tonos de gris y esas montañas que se adivinaban tras la bruma. 

   Clara, mientras tejía, compartió las películas, conversó bastante y siguió muy complacida por estar allí, aunque levemente intranquila por no poder  llamar a sus hijos. 

   La intranquilidad de Clara también la sentían los demás: todos hubieran querido llamar a sus familiares, pero ¿qué podían hacer? Lo único posible era esperar  y desear que la tormenta cesara pronto. 

   Los dueños trabajaron mucho y sólo se dejaron ver en el comedor. Tuvieron que limpiar habitaciones y baños, y como a Isabel no le gustaba hacerlo frente a sus huéspedes, aprovechó que miraban películas y casi no estaban en sus habitaciones para limpiar  cómodamente.

   Diego se aventuró a una caminata bastante larga por la tarde, cuando la lluvia amainó. Era su primer recorrido desde que comenzara la tormenta y al llegar cerca del vado comprobó que éste se había vuelto intransitable. Eso, sumado al estado de Verónica, lo puso de  malhumor… Ella seguía muy alterada:  no había querido almorzar  y pasaba durmiendo la mayor parte del tiempo, sin permitirle caricias que no fueran fraternales. Él estaba un poco resentido con ella por no haber querido irse cuando aún podían. Pero era un sentimiento secreto, que no deseaba confesarle… Y la mediumnidad de Verónica lo desconcertaba,  aunque también le interesaba: quería comprender mejor todo el asunto. Porque de a  poco y debido a los comentarios de Fernando y Mariana, se daba cuenta de que los poderes psíquicos eran un don, una cualidad digna de consideración,  de respeto, lo cual hacía a Verónica aún más valiosa a sus ojos…, si eso fuera posible. 


   2. 


    Las señoras están sentadas en la salita, escuchando música y conversando. El fuego irradia y  afuera sigue la lluvia, incesante. 

   Llega Luis,  y luego los chicos, bastante mojados. A Verónica no se la ve mal: está sonriente y animada. Se acomoda sobre la alfombra, cerca del fuego, y se interesa en la  conversación de los demás. 

    Están decidiendo la película que van a ver después de la cena, cuando se oye un espantoso trueno. De inmediato cesa la música y se apagan las luces. 

   Fernando viene enseguida, trayendo varios paquetes de velas. Con ayuda de Luis y de Diego las enciende, y las distribuyen en diferentes lugares de la estancia.  Fernando les asegura que es normal un corte de energía eléctrica  y que casi seguro volverá pronto.  Sin embargo, por las dudas, reparte paquetes de velas para que se lleven a los dormitorios.


   Los rostros reflejan luces y sombras, centellean  delicadamente los temblorosos pabilos… Y hay un silencio casi mágico, que únicamente matiza el chisporroteo de los troncos en el hogar. Nadie habla, nadie se mueve, envueltos en el sortilegio de las velas, en la quietud y el silencio…

  Y de pronto, Verónica empieza con los balbuceos… Tiene los ojos cerrados y vibra,  se sacude,  gime, emite sonidos incomprensibles.

   Diego se abalanza sobre ella, exclamando que está muy cerca del fuego. La arrastra lejos del hogar y la acomoda cerca de una butaca, que pone detrás de su espalda.  Ella sigue con los temblores, hasta que súbitamente se queda inmóvil… 

   La  atención de los demás es total: todos esperando las palabras de…, de…, ¿de quién?... Los segundos de espera parecen minutos, hasta que Verónica abre los ojos. Ya no es ella: esos ojos que no ven,  esa voz que parece venir de otro espacio, de otro tiempo…  Esa voz gutural, cavernosa… Esas palabras que demoran en hacerse inteligibles…, hasta que pueden escuchar con claridad:



Muchas civilizaciones perecieron 

por hacer lo que estáis haciendo:

habéis  trastornado el equilibrio,

la sabia armonía entre la tierra y el hombre,

entre la tierra y las demás especies.


La tierra está dañada y la culpa es vuestra.

Mas la tierra va a reaccionar…


Habrá grandes calamidades que os purificarán:

violentas e interminables lluvias,

mares y ríos que desbordarán,

aguas turbias que cubrirán campos y ciudades,

vientos que todo arrasarán.


La tierra esta emponzoñada y la culpa es vuestra.

Mas la tierra va a reaccionar…

                      

Más tarde vendrán  tiempos en que todo menguará:

los campos se volverán estériles, 

habrá grandes sequías y terribles hambrunas,

las monedas perderán su valor

y por largo tiempo faltará la luz.



La tierra está herida y la culpa es vuestra.

Mas la tierra va a reaccionar…


El suelo, estremecido, se abrirá y se hundirá,

ciudades enteras serán destruidas.

Y también habrá aludes,

que no dejarán piedra sobre piedra.

Todo abatido, arrasado, sacudido…


La tierra está maltratada y la culpa es vuestra.

Mas la tierra va a reaccionar…


¡Ay, qué pena, qué dolor!, mas…

¡Muchos morirán!

                                                                                                                          

   3.


   La voz vibraba con una potencia que los hizo temblar, golpeando en sus almas como una amenaza de muerte  inexorable.

   Y a continuación, igual que el día anterior, Verónica pareció tener un desmayo. Pero al rato oyeron su respiración profunda y acompasada: estaba profundamente dormida. 

   Mariana, sentada en el suelo muy cerca de ella, le acomodó la cabeza, que estaba algo torcida, sobre la butaca.

   A Diego se lo notaba tan impresionado y conmovido como los demás, completamente azorado.   

   Al despertar,  Verónica preguntó, mirando a Mariana:

—¿Otra vez?... ¿De nuevo dije cosas?

   Ante el gesto afirmativo de Mariana,  se puso a llorar.  

—¿Me pueden decir qué pasó?... No me acuerdo de nada, sentí algo raro y después...,  no me acuerdo.

—Lo que ya te expliqué, tuviste una experiencia de canalización —le dijo Mariana con mucha dulzura.  

   Verónica se levantó y fue hasta la ventana. Se la veía nerviosa, continuaba llorando. Diego no decía nada, sólo la miraba…

   Mariana trató de calmarla: no tenía que sentir miedo, ya se lo había dicho, era una médium… ¿Acaso no le había gustado la película sobre Nostradamus?... Y bueno, Nostradamus había sido un gran vidente, un gran médium, así que ella no debía asustarse: poseía ese don,  aunque nunca antes lo hubiera sabido. Tenía que serenarse y entregarse a lo que le pasaba. 

   Verónica la escuchó y se tranquilizó un poco, pero le pidió a Diego que la acompañara hasta la cabaña porque necesitaba acostarse. 

   Fernando les ofreció llevarles la cena allí en un rato, además de un farol y de un libro sobre las canalizaciones: a Verónica  le iba a servir mucho leerlo.


   4.


    Los chicos y Fernando se fueron. Entonces Betti  volvió a insistir en que todo era un teatro, en que no podía creer que fuese cierto… Mariana la contradijo en forma contundente:

—Las palabras que Verónica pronunció no puede haberlas inventado… No es una chica que sepa mucho sobre estos temas, no hay más remedio que creer en la autenticidad de lo que acabamos de ver y oír,  más allá de lo que cada uno opine respecto al fenómeno.

—¿De dónde viene el mensaje, quién lo envía? —preguntó Luis. 

—Según los estudiosos, lo envía un Ser que no es una entidad física, o sea, que no tiene un cuerpo humano.

—¿Y quiénes son esos Seres? —siguió preguntando Luis, quien parecía muy asombrado.

—Y…, algunos son Maestros o Guías, o Seres de otros planetas, o Ángeles, o espíritus de gente fallecida… 

—¿Y cómo se sabe  que los mensajes vienen de otros seres y no de la misma persona? 

—Porque por lo general los mensajes del canal están por encima de sus conocimientos y capacidades. Es indudable que no provienen de esa persona, sino de alguien superior a ella,  de otros niveles de la Realidad.

   Se quedaron un rato callados, quizás reflexionando, y Mariana, después de aclarar que la canalización ha estado presente durante toda la historia de la humanidad,  les preguntó a Luis y a Clara qué opinaban.

—La verdad…, no sé qué pensar, primera vez que me topo con algo como esto y por lo tanto me limito a ser un espectador, no puedo opinar… Solo sé que aquí están pasando cosas raras y que me gustaría irme  —bromeó Luis.

   Clara confesó estar muy impresionada por la canalización de Verónica… Lo único que podía decir era que en la Biblia aparecen los profetas y que Dios a veces envía emisarios que hablan en su nombre. 

—¿Verónica…,  mensajera de Dios?  —preguntó Luis, con cara de sorprendido.

—A veces las personas más simples son las más aptas, las más capacitadas para anonadarse  y permitir que otro Ser las use para transmitir algo —afirmó Mariana con autoridad.

   En ese momento entró Fernando, trayendo más leña para el hogar. 

—Hace tres días que no para la lluvia, casi no podemos salir de aquí ni irnos… ¿No será que ya estamos en medio de una catástrofe y los mensajes de Verónica nos están preparando para vivir esos acontecimientos?  —volvió a bromear Luis.

   Excepto Betti, que continuaba incrédula, los demás no tomaron lo que dijo Luis tan en broma.

—Su observación es muy interesante, Luis… Todo es posible, aunque espero que no —replicó Mariana muy seria—. Y quiero decir algo en relación a los mensajes. Ciertos autores actuales, cuyo criterio respeto mucho, aseguran que ese cataclismo no será tan drástico, que más bien es un proceso y que ya lo estamos viviendo… Y prefiero pensar de esa manera: que ya lo estamos viviendo, que llevará muchas décadas para completarse y que no será tan cruento como dicen las profecías. De modo que lo que usted dijo no es desacertado…, en ese sentido  —concluyó, mirando a Luis.

—En mi opinión, tiene que ocurrir algo espantoso para que haya un cambio radical en los seres humanos… Es difícil que esa transformación se produzca mediante un proceso lento  —aseveró Fernando.

—Sin embargo, analizando la historia de las profecías, vemos que muchas no se han cumplido, o lo hicieron de un modo distinto al profetizado… No necesariamente una profecía debe cumplirse para ser verdadera, auténtica, efectiva… La opinión de algunos estudiosos es que justamente la profecía existe para advertir, para mostrar algo que sucederá si los seres humanos  no evolucionan, si no se corrigen  —insistió Mariana. 

—Ya lo sé, pero a mí  me resulta difícil creer que la transformación humana va a darse así,  sin más,  sin algo que la desencadene  —replicó Fernando, tironeándose tanto de la barba que parecía estar arrancándola—. Ojalá ocurriera  de un modo suave, lento, pero no soy optimista… Creo que tiene que suceder algo contundente para que una mayoría de la gente cambie… Los desastres anunciados no solamente son posibles, probablemente son necesarios.

 —Pues yo quiero ser más optimista que usted, aunque sé lo que dicen los grandes Maestros: que suele ser el sufrimiento el que nos hace evolucionar, el que nos hace tomar conciencia. Pero prefiero a los que afirman que el Apocalipsis es sólo un cambio radical en la conciencia humana, me gusta más pensar así  —afirmó Mariana.

  La polémica terminó sin que se pusieran de acuerdo, ya que Fernando tenía que ayudar a Isabel con la cena…

   

   5.


    Como la cena se demora, Clara va a su dormitorio. Enciende un par de velas  y después de usar el baño, se recuesta un poco y reflexiona… Hay muchas discusiones entre todos,  por un motivo o por otro… Algunos no están conformes y se quieren ir, mientras que para ella cada día en Cerro de la Isla es mejor que el anterior. Desde luego, le gustaría que tuviesen un teléfono, pero aparte de eso… Ha olvidado por completo sus ansiedades respecto a la crisis y a la pérdida de valor de su dinero. Después de todo, tiene dos hijos, ¿acaso no le pagaron estas vacaciones?  Como siempre le dice su hija: se preocupa innecesariamente, a lo mejor de puro aburrida, demasiado tiempo para pensar. Y estos días está sintiendo una tranquilidad, una paz, propia de otras épocas de su vida, de los tiempos en que vivía su marido. 

   Está contenta. Le causa placer compartir con toda esta gente; en Buenos Aires se halla un poco sola, aunque su hija la llame con frecuencia y coman todos juntos los domingos. Pero los demás días:  charlar un poco con las vecinas cuando las encuentra en el supermercado, o con el portero, o con la chica del cuarto que es bastante amiga, pero también más joven y trabaja, y por lo tanto mucho no la puede molestar… Y poco para hacer, porque una sola no ensucia y cocinar:  cada día cocina menos.  Aquí se ha sentido acompañada y cuidada. Con Mariana conversa cada vez más; el “shiatzu” de Fernando le hace realmente bien;  la comida de Isabel es muy rica, muy sana; y el lugar ¡tan lindo!, a pesar de la lluvia. Y ahora, esto que transmite Verónica… Nunca imaginó que iba a presenciar algo semejante…  

   Y Clara no duda: son mensajes divinos.


   6.

 

   Cenaron tarde, con muchas disculpas por parte de Isabel: sin la ayuda de Paola, no le alcanzaba el tiempo para todo. 

    Después de la cena fueron al saloncito, que estaba muy bien alumbrado por un farol. Fernando había traído más libros y revistas de su biblioteca particular, y Luis descubrió una colección completa de historietas: eso lo iba a entretener, aseguró, hasta que volviera la luz. 

   Diego vino para contarles que Verónica se había tranquilizado y que después de cenar se había quedado dormida. También confesó que lo que pasaba con Vero lo estaba inquietando y quería comprenderlo mejor. Y cuando Fernando apareció trayendo leña, le pidió que se sumara a la conversación. 

—Desde hace algún tiempo me interesa la problemática ecológica y me doy cuenta que lo que dicen los ecologistas coincide en parte con los mensajes de Verónica. Ellos también anuncian catástrofes naturales y dicen que son la consecuencia del daño al planeta por parte del ser humano... Según las declaraciones de un famoso ecologista europeo, si continuamos contaminando el planeta nuestros descendientes no podrán habitarlo. En cambio, si modificamos el trato que damos a la naturaleza,  conseguiríamos transformar las cosas… ¿No es eso parecido a las profecías?

—Sí, se parecen... Y a mí también me interesa la ecología —respondió Fernando, alejándose del hogar y acomodándose junto a ellos—.  Como bien dijo Mariana, las profecías no son algo inexorable sino algo posible, algo que puede suceder o no. Son un aviso a los seres humanos. Si en la humanidad se produjera una conversión, una transformación, no necesitarían cumplirse. Y con las predicciones de los ecologistas pasa lo mismo: si hubiera correcciones en ese ámbito, las cosas cambiarían. Aunque como ya les dije, pienso que sin algo catastrófico no vamos a cambiar.

   Clara, siempre callada, se animó a poner objeciones: 

—Tal como usted lo cuenta,  parece la amenaza de un castigo de Dios, y a mí  me cuesta ver a Dios de ese modo.

—Entonces le voy a prestar un libro que habla de las “profecías marianas”, o sea, las apariciones de la Virgen y sus mensajes.  

   Clara dejó el tejido, muy interesada en lo que decía Fernando.

—En todas sus apariciones, la Virgen hace terribles vaticinios y advierte que si la humanidad no se enmienda,  no se arrepiente de sus pecados y actúa de otra manera, van a ocurrir cosas espantosas. La Virgen pide arrepentimiento, sacrificio y mucha oración.

—Me gustaría mucho que me preste ese libro  —manifestó Clara.

   Se quedaron conversando sobre ese tema y sus derivaciones largo rato. Después, Mariana confesó estar cansada: las emociones también agotan.

   Los demás estuvieron de acuerdo. Y todos se fueron a dormir.

  Afuera continuaba lloviendo, con truenos cada tanto. 

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