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La tapa de siempre

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Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

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Peregrina en la India

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CAPÍTULO 15

 CAPÍTULO 15


                          

Día quince: viernes

El último día.  La despedida. Profundas conversaciones. El fin de las profecías.



   1.


   Todo fue rápidamente volviendo a la normalidad.

   Bien temprano apareció Paola, anunciando que por el vado ya se podía pasar a pie. Había una cuadrilla municipal limpiando el camino para que pudieran circular los vehículos y posiblemente a la tarde estaría transitable.

   Con su ayuda Fernando preparó el desayuno, porque Isabel continuaba mal y no quería hacerse cargo de nada. 

   Los huéspedes mostraban cierto aturdimiento: daban vueltas, despidiéndose de los lugares, con una  extraña mezcla de alegría y nostalgia anticipada.

   Por las ventanas y puertas abiertas entraba la tan añorada calidez del sol.  Se oía trinar a los pájaros como si cantaran aleluyas, y  Hércules  retozaba afuera, muy contento.

   Después del desayuno, salieron a sentir el sol. Era un día radiante y se regocijaron con el  estallido de colores, sonidos y aromas. 


   Mariana y Luis dieron  un  paseo dentro de la propiedad, y comprobaron con más luz que en la víspera los estragos causados  por el alud. 

   Durante el paseo, se revelaron idénticos sentimientos ambiguos...

—Quise irme varias veces —confesó Luis— y ahora que ya puedo hacerlo, me da mucha pena. 

   Mariana se rió.

—Y yo estoy pensando en quedarme unos días más, pero… ¿yo sola?... No sería lo mismo.  

   

   Cerca del mediodía volvió la energía eléctrica. Se amontonaron delante de los dos lavarropas y Fernando tuvo que poner más cuerdas en el secadero: nadie tenía ropa limpia. Para viajar era necesaria, y con ese sol tan fuerte se secaría rápidamente.

   Los chicos pusieron música a todo volumen. Verónica bailaba por los rincones y Diego la perseguía. Después se fueron a bañar al río, el cual venía aún con bastante caudal y con el agua muy sucia. Diego pretendía irse después del almuerzo, pero Verónica lo disuadió: 

—¡Unas horas más!... Para despedirnos sin apuro. 

   De todos modos, cuando Diego fue a inspeccionar el camino,  encontró una cuadrilla municipal  limpiando por todos lados. Ellos le explicaron que recién a últimas horas de la tarde estarían el camino y el vado transitables para los vehículos.


   Clara quiso ver a Isabel, y  Fernando la acompañó hasta arriba. Pero Isabel estaba  tan abatida que casi no pudo conversar con ella. La recibió en salto de cama, con un aspecto lastimoso, y casi no respondió a los consuelos que Clara le ofrecía. Sólo expresó disgusto y amargura. 


   Entre Fernando y Paola prepararon el almuerzo, estrictamente naturista, aunque sin los sabores únicos que proporcionaba la mano de Isabel.

   Mientras comían, Fernando volvió a disculparse por no haber estado preparado para una emergencia, por no tener radiotransmisor, por...  

—Está bien, Fernando, deje de disculparse —lo interrumpió Mariana—. Nadie le reclama nada, todo ha pasado ya.

   Las amables sonrisas de los demás parecieron confirmar sus palabras.


   2.


   Después del almuerzo, deciden tener la sobremesa en el jardín de la fuente. No pueden irse aún, al camino le faltan unas horas para estar transitable, y tampoco desean dormir o estar a solas: son las últimas horas juntos. 

   Apaciblemente sentados al sol, toman mate y conversan. 

—¿Usted siempre fue tan creyente?... Bueno, supongo que esa no es la palabra… ¿Espiritual…,  esotérica…?  —le pregunta Diego a Mariana.

—No, no siempre lo fui. En mi juventud, cuando estudiaba, era una intelectual de izquierda. Creía en la revolución, en el cambio social y económico.

   A Diego esa confesión parece complacerle. 

—¿Y ya no cree en eso?

—Bueno, sigo pensando que mejorar las condiciones de vida de la gente, más justicia en el reparto de la riqueza, es algo necesario, pero no creo que únicamente con los cambios socioeconómicos cambiará el planeta. 

—¿No?...  Y entonces, ¿qué hay que hacer?

—Es necesario un cambio interior, un crecimiento o evolución de la conciencia. Solamente ese despertar de los seres humanos puede producir la transformación planetaria. Y si avanzamos en esa dirección, la justicia en otros aspectos de la vida será una consecuencia natural. 

—¿Por qué?  —sigue preguntando Diego.

—Porque cuando  comprendamos,  mediante una experiencia interior,  que somos uno con todo, que en mi vecino alienta el mismo Espíritu, la misma Esencia que en mí,  ya no querré perjudicar a mi vecino. Claro que se trata de una Realización, de una Comprensión profunda...  No es una comprensión mental, es más que eso.

   Los demás la miran algo perplejos. Y Luis inquiere:

—No sé si entiendo bien lo que  dice… No es mental, ¿y entonces qué es?

—Es una comprensión espiritual. En las Tradiciones Orientales se llama Iluminación. Pero es muy difícil explicar la diferencia entre una comprensión mental y una Comprensión o Realización Espiritual, justamente porque ésta es una experiencia y no se puede transmitir con palabras.

—¿Y cómo lograr esas experiencias?  —pregunta Diego, con gran interés.

—No es sencillo: hay que llevar adelante alguna práctica espiritual y aun así puede no ocurrir, incluso después de años practicando. Pero los grandes Maestros aseguran que ningún esfuerzo por evolucionar se pierde y que si no logramos la Iluminación en esta vida, la lograremos en alguna vida futura. 

—¿Y por qué es tan difícil?

—No puedo contestar eso con precisión... Hay gente que tiene experiencias espirituales con más facilidad que otros, aunque ignoro el motivo. Más de una vez entendí que en parte es consecuencia del esfuerzo y ese esfuerzo casi nadie lo hace, porque  ¿quién deja todo y se encierra a meditar en una cueva, durante años, sin ocuparse de ninguna otra cosa?, como hizo Ramana Maharshi, un gran místico de la India,  desde que tenía apenas quince años... Sin embargo, es posible que no dependa únicamente del esfuerzo…  Algunas enseñanzas mencionan la Gracia…

   Clara dice, sin dejar de tejer:

—Conozco la vida de algunos santos cristianos y leí un libro sobre Santa Teresa de Ávila. Ella fue una gran santa y se pasó mucho tiempo dedicada a la plegaria, a la Contemplación.

—La Contemplación es lo mismo que la  Meditación  —afirma Fernando, quien acaba de sumarse al grupo. 

   Luis confiesa:

—Voy a recordar estas vacaciones durante el resto de mi vida, no solamente por lo fuerte que fue todo, sino porque nunca me hubiera enterado de estas cosas de no haber venido aquí.

—Yo sigo sin entender demasiado, pero no importa. En el futuro voy a investigar mejor todos estos asuntos —dice Diego riendo.

—¿Ustedes creen en los Ángeles?  —pregunta Verónica, sin dirigirse a nadie en particular.

   Clara  se apresura a responder:

—Por supuesto, y también creo en su protección.

—Ya escuché eso de que los Ángeles nos protegen, pero no puedo creerlo  —dice Verónica.

—¿Por qué?  —interviene Mariana.

 —Porque si fuera así, a los protegidos nunca les pasaría algo malo: no se enfermarían, no sufrirían, tendrían unas vidas bárbaras.

   Mariana sonríe… Y explica:

 —No creo que la protección de los Ángeles funcione de ese modo. Estar en un cuerpo significa vulnerabilidad: la enfermedad y el sufrimiento son parte de la vida... Esa protección de los Ángeles o de otras Energías Superiores, es más bien una orientación, una guía o conducción.  Y eso salió de tu boca ayer, aunque no lo recuerdes… No van a impedir que nuestro cuerpo se enferme o que tengamos dificultades, aunque a veces nos ayudan a resolverlas. Creo que a los Seres Superiores les interesamos  como almas, que es lo que en realidad somos. Y el alma perdura, pero el cuerpo es transitorio…

 —Yo también aprendí cosas nuevas estos días —dice Clara, mirando a Mariana—. Pero no estoy de acuerdo con lo que opinás sobre los Ángeles: creo que Ellos me protegen incluso de peligros para mi persona.

   Mariana queda en silencio… Enseguida invita a Fernando, con un gesto, a que responda.

—¡Qué tema!...  —dice Fernando, mientras se tira de la barba—. Le voy a decir Clara lo que pienso, aunque es un tema complejo. Quizás, a veces, los Ángeles protegen del modo que usted dice... A veces puede ser de ese modo, pero...  los Ángeles no tienen cuerpo, son pura energía… Si usted se dirige a un lugar donde va a producirse un accidente justo cuando llegue allí, los Ángeles pueden ver eso y advertirle que no vaya, pero no pueden estar ahí para sacarlo del lugar… O sea: si usted no escucha, no recibe el mensaje, ellos no podrán evitar que sufra el accidente.

—¿Y estos días? —pregunta Verónica—. ¿Cuál habrá sido el mensaje de los Ángeles?

   Todos la miran de un modo particular, y es Clara la que responde:

—Estos días, el mensaje de los Ángeles vino a través tuyo.

   

   3. 


   La tertulia fue larga. Y se convirtió en merienda, que les sirvió Paola en el jardín. Pero después empezó la impaciencia por irse.

   Fernando fue hasta el vado. Al regresar,  anunció  que ya se podía pasar.

   Hubo un precipitarse hacia las habitaciones, cerrar las valijas, poner las últimas cosas en los bolsos, revisar si no olvidaban nada, arreglar las cuentas.

   Fernando les dijo que no estaba seguro de si era correcto cobrarles la tarifa estipulada y que podía hacerles un descuento si lo consideraban justo.

   Pero todos se rehusaron.

   Se despidieron varias veces; anotaron teléfonos y direcciones; repitieron recomendaciones y  sonrisas afectuosas…  

   Clara abrazó a todos una y otra vez, y les hizo prometer, no sólo a los de Buenos Aires sino también a los de Córdoba, que la visitarían. 

   Isabel bajó a despedirlos, quizás (como le dijo Mariana a Clara) porque se lo había pedido Fernando. Pero no era la misma Isabel. No sonreía, se notaba que había llorado mucho, y apenas dijo algunas palabras formales como despedida. 


   Los primeros en partir fueron los chicos. Verónica se hubiera quedado un poco más, como les confesó a todos al despedirse, pero Diego la había convencido: había familias preocupadas esperando.

   Luis aprovechó para irse con ellos: no veía la hora de telefonear a su casa, e intentaría conseguir un avión para esa misma noche. 

   A Clara y Mariana las iba a llevar Fernando hasta el pueblo. Desde allí tomarían un diferencial hasta una ciudad cercana, en la cual se podían conseguir ómnibus nocturnos con destino a Buenos Aires. 


   4.


   Fernando quería despedirse privadamente de Mariana. Si había una persona frente a la cual sentía culpa y vergüenza, era ella. Sabía que el comportamiento de Isabel y él, durante esos días, no era coherente con el de personas que se consideran espirituales y buscan evolucionar. 

   Y trató de justificarse: él era parcialmente inocente, la culpable había sido Isabel, quien era la que  mandaba….

—Bueno, Fernando, tampoco se lave las manos.

   Mariana lo miraba con simpática firmeza. 

—Disculpe que le hable así, pero ya que desea tocar el tema… Puedo comprenderlo y perdonarlo, pero no crea que está tan afuera de la responsabilidad de habernos retenido. 

   Fernando demoró en responder…

   Estaban solos, sentados frente a la fuente, y él miraba fijamente al angelito, que de nuevo vertía el agua con su cántaro. 

—A veces no se puede, Mariana... A veces uno no tiene la fuerza, y en una pareja ocurre a menudo… Usted también estuvo casada.

—Es verdad, por eso lo comprendo y lo perdono, pero no lo eximo: lo que pasó, pasó, y usted es igualmente responsable… Espero que le sirva para aprender y  cambiar.

   Fernando volvió a disculparse.

—Está bien, ya lo perdoné —sonrió Mariana—. Y creo que voy a desear volver, quizás el año próximo,  y con mi hijo, así baja a la cueva.

—¡Ah, qué bien!...  Pero no sé si vamos a estar.

—¿Lo dice en serio?

—Muy en serio. Voy a separarme de Isabel, y es casi seguro que ella y sus hermanos, quienes también son dueños, van a vender la hostería. Pero si quiere que su hijo baje a la cueva, puede alojarse en un pequeño hotel que tiene el pueblo y contratar un guía.

—¿Hay un guía?

—Todavía no, pero pensé en mí mismo —declaró Fernando, riéndose—. Por el momento es apenas una idea, una de las cosas que me gustaría hacer cuando me separe. No quiero volver a Rosario: me gusta vivir aquí, en las sierras, y tengo amigos en el pueblo. Las cuevas son de interés turístico para la región, aunque no han sido aprovechadas.  Casi nadie las visita, en parte por la dificultad para bajar. Pero si se mejorara el túnel de la entrada, si eso fuera una escalera, vendría mucha gente.

—No es mala idea, ¿y podría ganar  algún dinero con eso?

—No lo haría por el dinero. Creo que mi deber es darlas a conocer. Y me gustaría mucho ser el guía y acompañar a la gente en esa experiencia. 

—Es un lindo proyecto, ¡ojalá pueda llevarlo a cabo!

  

   Cuando ya estaban en el todoterreno,  Fernando pensó que le faltaba compartir con Mariana ciertas especulaciones de los últimos días, y también de paso con Clara, a quien admiraba por su inconmovible fe.

—Les quiero comentar algo… Llegué a la siguiente conclusión: en los mensajes transmitidos por Verónica hay una idea no expresada, una idea que está por detrás…

—¡Qué interesante!  ¿Y qué sería?  —preguntó Mariana, sentada junto a él.

—Que estamos viviendo en el tiempo del fin de las profecías… No habrá más profecías, han cumplido su propósito, su “fin”… Este nuevo siglo es el siglo decisivo, porque este planeta o se transforma o estalla, como ya debe haber ocurrido en otros espacio-tiempos y en otros planetas. Es como decía uno de los mensajes: ¡ahora o nunca!... El mundo no puede continuar de esta manera… Tiene que mejorar drásticamente…  y velozmente. 


   5.


   A Mariana le impresionó comprobar que las conclusiones de Fernando se parecían a  comprensiones suyas. 

 —¡El fin de las profecías!…  Bueno, hace unos días le comenté que coincido con varios autores en que no será una catástrofe única y terrible, sino muchas, en diferentes lugares… Y que ya se están produciendo… Por lo cual, estamos en el tiempo de su cumplimiento, de su consumación. 

—Sin embargo, el último mensaje fue esperanzador —manifestó Clara—. Decía que el planeta va a continuar… 

—Sí, pero con menos gente... Y esa amenaza es real, es coherente con el estado de las cosas  —afirmó Fernando, con cara de amargura. 

—Mi visión, como de costumbre, es más optimista que la suya —declaró Mariana, riéndose—. Estoy de acuerdo en estamos viviendo una época culminante, decisiva... Pero no creo que vayamos hacia algo terrible... El futuro depende de nosotros y creo que vamos hacia algo más hermoso.

—Lamentablemente, no puedo coincidir con usted. No pienso que nos dirigimos hacia algo mejor, sino todo lo contrario. Creo que todavía faltan tiempos de enorme oscuridad y que solamente después de ellos, tal vez, se imponga la Luz en el planeta.

—¡Ay, Fernando!... Nunca nos ponemos de acuerdo.

   Se rieron los tres. Después, quedaron largo rato callados...

   Entonces Mariana tuvo una comprensión intuitiva y la compartió, buscando como siempre la forma más correcta y sintética para transmitirla.

—Creo que ambos tenemos razón, porque en realidad se notan, y con mucha fuerza,  ambas tendencias…  En algunos aspectos, el mundo está  empeorando… Pero también es cierto que hay cada vez más gente que desea un planeta distinto… Y como dije recién: el futuro depende de nosotros.

   Fernando detuvo el vehículo a un costado del camino, y las convidó con té, que había llevado en un termo. 

—A ver si interpreto lo que usted dice —declaró Fernando, mientras maltrataba su barba—.  Por un lado tenemos la Oscuridad. Y ésta va a crecer: los oscuros van a seguir unidos y van a tener cada vez más poder, y ese poder se va a filtrar de modos que no se noten en todas las esferas de la vida.

—No dije exactamente eso, pero lo está expresando muy bien… Sí, todo eso es posible — admitió Mariana.

—Y por otro lado, hay mucha gente que está despertando y está oponiéndose a la Oscuridad en todos los ámbitos, incluso en las grandes esferas económicas y políticas, que son las que en definitiva gobiernan al planeta. Sería una especie de penetración mutua: la Oscuridad se filtra en los ámbitos de la Luz, pero también hay, en forma creciente, seres luminosos en los ambientes oscuros.

 —No lo dije, pero me parece muy acertada la forma en que lo sintetiza… Y creo que nuestras conclusiones son muy interesantes...


   Fernando reanudó la marcha, y el resto del viaje lo hicieron en silencio. 

   Mariana y Clara miraban el paisaje que iban dejando atrás. Todo mostraba indicios de la devastadora tormenta: árboles caídos, barro secándose por todas partes, alambradas rotas y escombros esparcidos. 

   Pero la magnificencia era la misma.

   Las erguidas montañas, inmutables, eternas y majestuosas... El río saltando con alegría, con sus aguas todavía turbias...  El cielo sin nubes, en su vastedad sin límites.







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