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Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

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Peregrina en la India

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CAPÍTULO 11

 CAPÍTULO 11


                         

Día once: lunes 

Betti comete una locura. La pelea entre Fernando e Isabel. Mensaje tremendo pero esperanzador. Lo que dicen los ecologistas.  La odisea de Betti. 



   1.


   Fernando se despidió de Verónica  cuando amanecía. Sin rastro de cansancio, renunció a dormir ese día,  y fue a inspeccionar los postes donde iba marcando la subida del agua en su terreno. 

   En el camino se encontró con Tomasito, quien se estaba yendo. El chico le dijo que se iba a su casa para buscar herramientas, alambre, clavos, y algo más de comida que le había encargado Isabel. 

—¿Qué dice tu gente de esta tormenta?  —le preguntó.  

—Y..., está fiera la cosa, don Fernando... Todos esperamos que pare de una vez, porque mi padre dice que si no van a venir las avalanchas, y ahí sí que se va a poner bravo.

   Fernando lo miró alejarse por el sendero, con el caballo que avanzaba cautelosamente, y sintió malestar… Pero fue leve, comparado con el malestar que sintió cinco minutos después, al llegar junto al lugar donde había puesto los postes. Porque no los vio: los postes habían desaparecido, cubiertos por el agua.

   Dando trancos, presa de gran agitación, volvió y entró en la cocina. Ya estaba Isabel, tomándose los primeros mates. Ella lo miró cariñosamente, moviendo su cabeza con maternal desaprobación.

—¡Mirá cómo estás: mojado, sin abrigo!... ¿Qué fuiste a hacer al galpón toda la noche? 

   Se olvidó del agua que avanzaba. Y sintió alivio: ¡qué fácil era mentirle a Isabel!


   2.


   Betti no había dormido bien, a pesar del somnífero: estaba empecinada en salir de ahí cuanto antes. Y golpeó la puerta de Clara bastante antes de la hora del desayuno. Escuchó ¡un momento! y enseguida Clara entreabrió la puerta, con expresión de sorpresa.  Betti se precipitó adentro. 

—¡Si este mocoso, el vecino, pudo venir, es que se puede salir… Isabel nos tiene aquí encerrados! 

   Clara intentó calmarla,  pero Betti estaba de nuevo en medio de un ataque de nervios. 

—¡Yo me voy, no aguanto aquí ni un segundo más! Vine para que usted lo sepa y les diga a los otros que me fui. Sólo me llevo lo imprescindible, volveré a buscar mis cosas cuando pueda.

   Clara intentó disuadirla. Le dijo que estaba por hacer una locura, que irse era un disparate, pero Betti no le hizo caso. Regresó a su habitación, puso en el bolso lo que iba a necesitar y guardó lo demás en la valija, cerrándola con el candado. Por instantes se sentía poseída por una especie de frenesí, con la vaga sensación de estar haciendo una tontería. Pero no quiso prestar atención a eso:  quería irse. Y abandonó el dormitorio deseando que no hubiera nadie en el comedor. 

   En la mesa estaban ya las tazas para el desayuno, los panes hechos por Isabel todavía sin cortar, un par de termos y las mermeladas.

   Escuchó las voces de Isabel y Fernando en la cocina. Tenía que apurarse, no quería verlos, no quería ver a nadie: iban a obstaculizar su partida. 

   Manoteó una hogaza de pan, la envolvió como pudo en servilletas de papel y la metió en su bolso. Abrió los termos: ¡maldición, eran los de té de yuyos! De todos modos agarró uno.  Hubiera querido tener algo donde poner la mermelada, pero no había nada adecuado a la vista. 

   Se apresuró a salir… y cuando se alejaba de la entrada oyó la campanilla que llamaba para el desayuno.


   3.


   Cuando Clara fue al comedor y les contó a los dueños lo sucedido con Betti, Fernando se puso muy nervioso: ¡había que ir buscarla! 

   Isabel, que no pareció perder la calma, opinó que ya iba a volver sola: no podría llegar muy lejos, a pie y  por senderos embarrados. Fernando y ella discutieron, sin subir la voz ni decir algo inadecuado, e incorporando a los demás en la controversia.

   Mariana le confesó a Clara, en voz baja, que sentía mucha pena por Betti, no porque le cayera particularmente simpática, sino porque la encontraba carente de toda brújula e inspiración en su vida, y porque era, sin duda, un ser que sufría. Y estuvo de acuerdo con Fernando: había que ir a buscarla y lo antes posible. 

   Luis y Diego no opinaban de ese modo: había que continuar con la construcción del puente, tenían mucho trabajo, no podían ponerse a buscar a esa loca, ya volvería… 

   Verónica no hizo ningún comentario: se la veía completamente ausente. 

   Clara, con alguna timidez, indicó que la partida de Betti había sido apenas un rato atrás: si un par de hombres caminaban rápido la alcanzarían, y si ella fuera hombre y joven ya hubiera salido. 

   Pero no le hicieron caso. La discusión sobre si buscarla o no fue casi un entretenimiento, mientras daban cuenta del desayuno. Y Fernando explicó que no era tan sencillo encontrarla: había varios senderos que iban montaña arriba, ¿cómo saber cual había escogido, qué dirección había tomado?  Encontrarla podía llevar horas, él no podía ir solo  y los otros hombres evidentemente no querían. 

   Finalmente, después de mucho intercambio de opiniones, se decidió esperar. Y si a la tarde no había vuelto, saldría Fernando a buscarla con ayuda de Tomasito, quien para esa hora ya estaría de regreso.


   4.


   Después del desayuno, Fernando e Isabel se fueron a la cocina, y ella empezó a lavar la vajilla. 

   Él no la miraba, contenía su enojo. Lo había estado conteniendo durante todo el desayuno, un poco por los demás, otro poco por la culpa que sentía al estar enamorándose de otra. Pero era imprescindible que Isabel se diera cuenta: no podían seguir jugando con las vidas de sus huéspedes.

—Quiero que veas algo  —le dijo. 

—¿Qué?

—La altura del agua…

—No necesito verlo, decime…

—¡Quiero que lo veas!

   La agarró violentamente de un brazo, y a pesar de sus protestas, la sacó de la cocina y la llevó, casi arrastrándola, por el camino. Isabel iba rezongando: “no necesitaba ver nada”,  y él iba descargando toda su furia en el brazo de ella. 

   Cuando Isabel vio el agua marrón cubriendo la tierra, se quedó muda, inmóvil, con cara de asustada.

—En unas horas más, si el agua sigue subiendo, convertirá el área de las cabañas en una especie de lago. No creo que las tape, pero va a inundarlas —le explicó—. Voy a sacar todas las cosas delicadas, pero los muebles van a quedar.

   Isabel pareció perder la energía y se sentó en una piedra. Fernando la observaba de pie, tironeándose de la barba.

—Y ahora…,  ¿qué opinás?

—¿Las va a inundar el agua?... ¿Y van a tener arreglo?... ¡Hay que sacar todo, los muebles también!

   Fernando estalló en una risa nerviosa, mordaz: 

—¡Es lo único que te importa, las cabañas, los objetos! Hay seis personas cuyas vidas peligran por tu culpa  y vos pensando únicamente en las cabañas.

—¡No exagerés!... El agua no va a llegar hasta la casa, estamos mucho más lejos del río que las cabañas. Y aunque hubiera un alud no nos destruiría, eso pasa con las casas precarias. El edificio es muy sólido, hay que bloquear las aberturas y listo. 

—No estoy tan seguro como vos, depende del alud… Y además, ¿qué me decís de Betti? Ella podría morir, lo sabés muy bien, y ese sería el fin de la hostería… Hasta podríamos ir presos.

—Como siempre,  exagerando… ¿Estás seguro que el agua no las va a arruinar?

—No, eso tiene arreglo.

   Fernando juntó coraje y presionó:

—Quiero que me dejés llamar al helicóptero, de paso podrían buscar a Betti.  Es más: ella es la excusa perfecta para que nos hagan caso y vengan pronto.

   Isabel se levantó y sin responder caminó de regreso.

   Él, a su lado, insistía con lo del helicóptero, pero ella no contestaba, hasta que al llegar cerca de la cocina  le dijo, casi gritando:

—¡No, el helicóptero no..., ya es tarde para eso! Sería ponernos en evidencia. Nos preguntarían por qué no se nos ocurrió antes, sería reconocer que los reteníamos. ¡El helicóptero no, no y no!

   Él sintio desazón, impotencia, la impotencia de siempre. La que mandaba era ella. Nunca le iba a ganar…

   Y ella continuó, desde ese lugar de absoluta determinación:

—¡Y no me fastidiés más!... ¡Vos sos el bueno, el que piensa en los demás, pero la que siempre se preocupa por el sustento y puede resolverlo soy yo! Si no fuera por mí estaríamos viviendo en una choza, comiendo bizcochitos de grasa con mate amargo... ¿Cuándo, en los años que llevamos juntos, saliste a trabajar afuera? ¡Sólo una vez!, y después de rogarte durante semanas. ¡Siempre yo para resolver todo y de última, mis hermanos!… Andá a trabajar y dejame tranquila…


   5.


    Isabel entró en la cocina. Estaba un poco aturdida y para su propio desconcierto, bastante preocupada. El agua inundando las cabañas, pudriendo los cimientos, devastando lenta y silenciosamente a las cuatro, sus cuatro preciosidades. Fernando decía que podrían arreglarse, que estaban hechas con madera fuerte y resistente, pero ¿sería verdad, no las pudriría el agua? 

   Y encima, la huída de esa histérica. Sin duda (empezaba a darse cuenta), era un problema. Tendría que haber aceptado que fueran a buscarla. ¿Y si se moría?... No es que le importara mucho esa chiflada: estaba harta de soportar con una sonrisa sus insultos y quejas. Pero si se moría... Sería un problema para ellos: la prensa, los noticieros, quizás el fin de la hostería. 

   Se consoló pensando que estaban en situación de emergencia. Dirían que se volvió loca, lo cual de todos modos era cierto… Pero estaba preocupada… A lo mejor ya estaba bien de tanta lluvia y sería mejor que terminara. De todas maneras, estaban cerca de las dos semanas proyectadas por sus huéspedes y casi con el dinero como para llegar al invierno. 

   Sí, sería mejor que terminara…


   6.


   A la tarde, cuando Tomasito regresó, Fernando y él partieron a pie, para ver si localizaban a Betti. 

   La lluvia les hizo difícil la búsqueda, pero igual probaron en diferentes direcciones. Y después de un par de horas, Tomasito descubrió las huellas de las zapatillas (huellas con una marca de lujo) en un trecho de sendero muy embarrado. 

   Era algo. Por lo menos sabían en qué dirección había caminado y por dónde buscarla, pero Fernando comprendió que a esas horas —ya anochecía— se les haría muy complicado continuar. Decidieron que Tomasito se fuera a dormir a su casa y volviera al día siguiente con uno de sus hermanos y más caballos: uno para Fernando y otro para Betti, porque si la encontraban casi seguro no iba a estar en condiciones de volver caminando. 


   7.


   La llegada de Fernando sin Betti causó bastante alboroto. El clima de preocupación debido a la tormenta se convirtió en un clima de enojo, de acusaciones, de impaciencia y hartazgo. Dos mujeres indignadas y dos hombres a la defensiva. Se formaron alianzas… 

   Mariana y Clara estaban enojadísimas: ¿cómo no habían ido a buscar a Betti antes? No podían dejar de inquietarse por ella y de preguntarse dónde y cómo estaría… ¿Habría conseguido llegar a algún lugar?... ¿Estaría guarecida y seca, con alimento y bebida?... Betti no era una persona agradable, pero consideraban una irresponsabilidad que no la hubieran rescatado por la mañana. Soliviantadas, se desahogaron criticando a todos. Y en voz bien alta, para que las escucharan… Los dueños eran unos inconscientes y Fernando, tan culpable como su mujer. Si había querido salir a buscarla por la mañana, ¿por qué no lo había hecho? Estaba dominado por ella, era evidente. Y Luis y Diego también se habían portado como unos terribles egoístas: si ellos hubieran querido participar, quizás Betti ya estaría de vuelta, sana y salva. 

   Diego y Luis, muy amigos a partir de las tareas de construcción y del ajedrez, parecían dos niños traviesos. No les molestaban las acusaciones de Mariana y Clara, ya que opinaban distinto. La desaparición de Betti había sido decisión de ella. Como clientes del hotel que eran,  no tenían por qué hacerse cargo de su demencia.

   Y Verónica, por primera vez dio su opinión. Pero fue lo mismo que no darla: pensaba que todos tenían razón.

   Isabel organizó todo en el comedor, poniendo varias fuentes sobre la mesa y anunciando que se las iban a tener que arreglar solos. Ella no se sentía bien y subiría a su departamento. 

   Y era tanta la tirantez, que no pudieron sentarse todos juntos. Se distribuyeron en diferentes rincones, con los platos apoyados en mesitas y sillas. 

 

   8.


   Pero más tarde, el calor del fuego los fue reuniendo. Se fueron acomodando cerca del hogar, aunque casi no se hablaban. 

   Verónica se ubicó en su lugar preferido: sobre la alfombra. Sentada allí, miraba  a los demás, silenciosa y tranquila. Fernando se ocupaba del fuego, Diego y Luis jugaban al ajedrez, Clara tejía y Mariana conversaba con ella en voz baja. 

   En algún momento, Verónica empezó con los gestos y movimientos que  anunciaban  canalización. 



Acontecerá un holocausto,

pero muchos se salvarán,

y en ellos habrá gran transformación.

Todo será perfeccionado,

ennoblecido, transfigurado.



A los infortunios, a las pruebas, 

los acompaña el aprendizaje.

Será completa la purificación.

Todo volverá a estar en equilibrio,

en  armonía con el Orden Cósmico.

                           

Los hermanos del espacio 

vendrán  para ayudar.

Lo han hecho antes, secretamente.

Ahora lo harán sin ocultarse.

Y será un acontecimiento mundial.


La Luz volverá a reinar en el planeta,

disminuirá el peso de las leyes materiales.

Amor, Verdad y Sabiduría serán la meta, 

como también Desapego,  Entrega y Servicio.

Será un ser humano nuevo, una nueva tierra.


   9.


   El mensaje logró que se volvieran a comunicar… 

   De los ojos de Clara brotaban lágrimas, Diego estaba como pasmado y Luis confesó  que lo de los extraterrestres lo había  impactado.  

   La opinión de Clara fue que las canalizaciones de Verónica eran un  directo mensaje de Dios para ellos y que en este último había esperanza. 

   Fernando demoró más que los demás en hablar: parecía deslumbrado. 

   Verónica quedó, como siempre, en ese estado que no sabían si era desmayo o sueño profundo, y un rato después su respiración indicó que estaba durmiendo. Entre Diego y Luis la acomodaron más lejos del fuego…

   Mariana le preguntó a Diego cómo estaba Verónica últimamente con todo este asunto.

—Bueno, usted sabe que al principio estaba muy alterada, con miedo, pero ahora está mejor. Y piensa que esto le va a cambiar la vida, como usted le aseguró que sucedería.

   Entonces, Diego empezó con las preguntas. Quería saber qué otras informaciones había en los mensajes canalizados, en qué otros aspectos coincidían…

   Mariana, aclarando que los mensajes de Verónica la dejaban siempre algo conmocionada, le pidió a Fernando que respondiera. 

—Además de los mensajes proféticos, suelen referirse a la naturaleza de la Realidad. Y manifiestan que el universo es una Conciencia-Energía única, un único Ser, del cual cada uno de nosotros —y todo lo que existe— es una manifestación.  Dicho de otro modo: la Realidad es un Gran Ser con muchas dimensiones o niveles. Y todos somos partes de ese Ser Único.

   Diego escuchó a Fernando con notorio interés  y después le confesó en un tono muy amable:

—Estuve leyendo sus libros sobre ecología, me los prestó su mujer.

   Fernando asintió en silencio, como diciendo que ya lo sabía, y Luis les pidió que les resumieran sus lecturas. Diego se rehusó:  mejor que lo contara Fernando. 

   Fernando no se hizo rogar, pero cuando estaba empezando, Clara y Mariana se levantaron. 

—Estamos agotadas —dijo Mariana en nombre de las dos—. Fue un día de mucha tensión,  nos vamos a dormir.

—Si se van es mejor —comentó Diego—, porque lo que va a contar no es demasiado agradable. 


   10.


   Apenas las dos se habían alejado, Fernando volvió a empezar:

—Totalmente de acuerdo: es aterrador. Hay un daño creciente en los ecosistemas, y estamos agotando los recursos del planeta y alterando el equilibrio ecológico. Si se excediera el límite que la naturaleza tolera, el sistema natural colapsaría, o sea: se produciría una catástrofe. Y los que estudian esto en profundidad  aseguran que estamos cerca de ella.

—Deme detalles  —pidió Luis.

—A ver… Ya mencioné el agotamiento de los recursos… Luego está la creciente contaminación.  El aire, sobre todo en las ciudades, está cargado de gases, de  dióxido de carbono, de ácidos, de metales, y de toda clase de tóxicos. Las aguas de ríos y mares están polucionadas por desechos, petróleo, aceites, residuos químicos, metales, detergentes, desperdicios radioactivos, insecticidas, etc., etc. Se imagina el efecto sobre todo ser vivo, por empezar nosotros mismos, y además el daño para la biosfera. Si esto continúa el planeta se volverá inhabitable.

—¿Y los gobiernos no hacen nada..., los científicos no encuentran soluciones? —preguntó Luis con cara de asombro y preocupación.

—Hay de todo… Están comenzando algunos tímidos intentos por revertir todo esto, pero todavía predomina con fuerza la tendencia destructiva, incluso entre los científicos.

—¿Cómo es posible?

—Pero Luis, ¿de qué se asombra? —intervino Diego—. ¡Fueron científicos los que inventaron la bomba atómica!

—Así es... —prosiguió Fernando—. Y los ecologistas han descubierto que hay manipulación científica para influir y modificar el clima, cuyas consecuencias aún desconocemos. Por ejemplo: una obra hidráulica como un dique afecta al clima, altera el equilibrio ecológico de la región y puede hasta provocar terremotos. Hoy se sabe que muchos movimientos sísmicos del siglo que acaba de terminar, se originaron en obras hidráulicas. Y no tenemos que olvidar a las explosiones nucleares subterráneas, las cuales  también pueden causar terremotos.

   Luis escuchaba a Fernando con estupefacción.

—Y en cuanto a lo que comemos… Los abonos químicos, además de contaminar los alimentos como verduras y frutas, pasan a la atmósfera su exceso de nitratos, los cuales después caen en forma de lluvia… Y también tenemos el plomo, el mercurio, la radioactividad… El mercurio se usa para fabricar envases plásticos y es tóxico. El plomo está en todas partes: en los alimentos, en el agua y en la tierra, y acorta la vida humana, aunque no se noten signos de intoxicación. El DDT se acumula en el cuerpo, es cancerígeno, solamente los insectos se hacen inmunes a él. Y también tenemos los desechos radioactivos, los gases radioactivos y…  Mejor no sigo, creo que no le cayó bien.

   Luis estaba derrumbado sobre el sillón, con expresión angustiada. 

—Es un milagro que no muera más gente, que la mayoría sobreviva a pesar de todo eso  —dijo Diego.

   Luis declaró estar apabullado y avergonzado. Siempre leía el diario, ¿cómo nunca se había enterado de estos problemas?...  A lo mejor estas cosas no salían en los periódicos.

—O a lo mejor nunca les prestó atención, Luis  —concluyó Diego. 

   Verónica comenzó a despertar y Diego la ayudó a levantarse. Fue el fin de la charla ecológica. Programaron algunas cosas para el día siguiente  y se dieron las buenas noches.

   Afuera la lluvia continuaba, inconmovible, tenaz…


   11.


   Mientras tanto, Betti  transitaba su propia odisea. 

   Por la mañana, después de alejarse de la hostería, había descubierto un sendero que subía y lo siguió. Con frecuencia se sentaba a descansar sobre alguna piedra o algún tronco desplomado. Se iba empapando, pero no le importaba: ese caminar desesperado le parecía mejor que estar encerrada en el hotel. No le importaron las zarzas y espinillos que desgarraban su ropa, ni pensó en los posibles peligros. No pensó en nada durante las primeras horas de marcha. La dominaba una furiosa determinación, una obstinación por avanzar, y una secreta esperanza de encontrar alguna forma para salir de la condenada sierra, para volver a la civilización. Su única idea, su único pensamiento era avanzar… Y lo hizo con ímpetu, con un sentimiento casi de euforia. 

   Pero después de mucho tiempo caminando, su ánimo empezó a decaer. Sintió cansancio y sospechó que estaba perdida. Mientras subía, más de una vez le pareció que el sendero se bifurcaba en dos y al escoger por donde seguir, no supo si era por la misma senda o por otra. ¿Algo le garantizaba que iba a poder salir de la sierra? Llevaba horas subiendo y no se había topado con nada que pudiera ayudarla: ni gente ni camino ni viviendas. 

   Empezó a cuestionarse: ¿había hecho bien en irse de ese modo, no debería regresar? 

   No, regresar no, de eso estaba segura: no quería regresar. 

   Siguió andando por esos angostos senderos zigzagueantes, entre arbustos espinosos que le estorbaban el paso, con un agotamiento y una lentitud crecientes,  hasta que se encontró con una especie de refugio. Estaba hecho con ramas entrecruzadas a modo de techo y tenía el suelo bastante limpio. 

   Betti distinguió restos de un fogón. Se alegró: encender un fuego sería bueno y podría intentarlo, aunque… ¿con qué hacerlo? Había unos troncos cortados, pero estaban empapados,  y además: nunca había encendido una fogata, difícilmente se las arreglaría para conseguirlo.

   Resignándose, puso su campera extendida sobre el suelo y se sentó encima, apoyándose sobre unos troncos húmedos. Encendió un cigarrillo y pensó que le sentaría bien comer. Pero después de masticar unos trozos de pan y beber un poco del insípido té, empezó a sentir frío… ¿Cómo no había pensado en traer una frazada? 

   Por primera vez, una horrenda idea cruzó por su mente: ¡estoy loca, me puedo morir aquí! 

   Toda su energía desapareció de golpe y la oprimió un miedo espantoso: ¿qué hice, qué hice?... ¡Esto es una locura!

   Sumida en el estupor, en el atroz descubrimiento de haber cometido un disparate, decidió volver, pero pronto sería de noche. Experimentó más miedo aun, enojo, desesperación, bronca contra nadie y contra todos, enorme  arrepentimiento… Cuando se cansó de tanta zozobra,  sacó del bolso la cajita con los somníferos y se tomó tres. 

   Tenía frío, pero atontada por los somníferos se durmió, ovillada sobre la campera que se iba humedeciendo, apenas cubierta con un saquito de fina lana, y con las piernas entreveradas entre ramas y hojas. 


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