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Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

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Peregrina en la India

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CAPÍTULO 5

 CAPÍTULO 5



Día quinto: martes 

Las comprensiones de Fernando. Luis quiere irse. Las maniobras de Isabel. Empieza la tormenta.


   1.


    Después del desayuno y de dar la sesión de “shiatzu” a la señora Clara, Fernando va al  galpón para  reparar unos veladores…

    Se siente mal. Sus comprensiones en la cueva han sido como una continuación de las de la vez anterior:  que ya no ama a Isabel, que tiene que separarse aunque le cueste y que su vida ha perdido el rumbo.  Esto, sobre todo, lo sacudió: estar sin rumbo, perdido, deseando algo nuevo y más interesante en su vida, algo que lo haga feliz.

    Mientras cambia enchufes, toma mates y recuerda. Le hace bien volver la vista atrás, aunque sea una y otra vez lo mismo. Es como una recapitulación… y a veces, al recordar,  se da cuenta de muchas cosas.

   Rememora los años durante los cuales remodelaron la hostería y construyeron las cabañas, años de muchísimo esfuerzo y trabajo. Durante ese tiempo estuvo contento, en paz, enamorado, unido a ella por lazos  profundos… Aunque hubo una pérdida importante: la música.  A la música la fue abandonando, casi sin darse cuenta y sin saber muy bien por qué. Todavía la escucha, pero ya no toca, y su guitarra está enfundada y escondida en algún rincón de su hogar.  

   Y ayer, sentado en la cueva,  comprendió que recibir turistas y conducir un hotel no está mal para ganarse la vida, pero que la felicidad es otra cosa. La felicidad la experimentó  muchos años atrás, cuando recorría el país haciendo música y era tan libre como un pájaro. Ni diría que fue feliz los primeros años con ella. Con ella hubo alegría, entusiasmo, pasión…  Felicidad, no.

    La felicidad es otra cosa… ¿Cómo definirla?... Las palabras no sirven… ¿Es plenitud?.... ¿Es  armonía con todo, con la vida, con uno mismo?.. ¿Qué es?... Ni siquiera es algo permanente, va y viene.

    Durante sus años como músico la sintió con frecuencia, en los últimos años nunca. Cada vez más lejana, apenas un recuerdo, algo que tal vez nunca volverá. 

   En la cueva tuvo una aguda conciencia de eso y de su frustración, de su enorme frustración existencial. Quizás son lo mismo: la frustración existencial y la falta de felicidad. Pero…, ¿cómo resolverlo?

   Termina con los veladores y se toma varios mates seguidos… Está triste… Y decide ponerse a cortar leña con el hacha. Trabajar con ella es bueno para los devaneos mentales que deprimen: no se puede seguir pensando mientras se usa el hacha… De tanto en tanto se detiene y se asoma por la ventanita para mirar el cielo… Cuando venía le pareció que se estaba nublando…  Como casi todos los años, en las sierras cordobesas la lluvia se hace desear. Los ríos encogen su caudal, disminuye drásticamente el agua de los embalses y se declara la emergencia hídrica en muchas zonas. Pero casi siempre, antes o después, el agua llega. Y a veces llega con exceso. Entonces, los ríos se desbordan y hay que soportar las consecuencias: crecidas, inundaciones,  evacuaciones…

   Sale del galpón para mirar mejor: por detrás de los cerros asoman nubes grises con aspecto amenazador.  Sí,  va a llover,  lo cual puede significar un par de días encerrados en la hostería. Tendrá que ir al pueblo y comprar más provisiones. Y también conversar con Isabel: hay que inventar nuevos entretenimientos para los huéspedes,  en caso que la lluvia se prolongue. 


   2.  


   Luis está de nuevo muy preocupado respecto a su salud. Y recuerda lo sucedido ayer: el  paseo a la zona de las cuevas no le hizo bien, sino todo lo contrario… 

   Había estado tomando mate y conversando con las señoras, hasta que de repente lo atormentó una terrible tristeza, una enorme y agobiante congoja,  súbita e incomprensible. Fue tan profunda, sombría y dolorosa que se alejó de las mujeres para que no se dieran cuenta… Entró en el bosque apenas unos pasos y se apoyó sobre un grueso tronco, intentando encontrar motivos para ese sentimiento tan opresivo, tan ominoso y oscuro... ¿Era porque extrañaba a su familia?....  No, no era por eso… ¿Sería su salud, su corazón?...  ¿Estaría por morirse y algo en él se daba cuenta?... Sin embargo, desde su llegada la salud había mejorado un poco. Usaba todos los días el  tensiómetro  digital y la presión, que solía estar alta, se había normalizado… No, no creyó que fuera su salud. ¿Entonces…, por qué ese sentimiento tan siniestro, ese abatimiento mortal?  

   No consiguió entenderlo… Y se quedó un largo tiempo así, reclinado sobre el tronco, abrumado...  Era como si toda la tristeza del mundo, toda la angustia de la humanidad, estuviera  dentro de él, donde se iba a quedar para siempre.

   Pero de pronto, luego de un rato larguísimo agobiado por esa horrenda sensación, la misma comenzó a ceder, a aflojarse, hasta que desapareció tan velozmente como cuando apareció, en apenas unos  segundos.

   Y esta mañana despertó algo deprimido,  extrañando a su familia y especulando con irse. Al tomarse la presión, descubrió que de nuevo estaba alta. En Buenos Aires, además de su familia, estaban los médicos. Si le pasara algo aquí: ¿qué haría?... El día de su llegada Fernando lo había tranquilizado,  diciendo que en el pueblo vivía un médico. Y hoy, después del desayuno, mientras Paola limpiaba su habitación, decidió averiguar cómo era el médico del pueblo… Escuchó con estupor que el doctor era muy joven, que había venido  un año atrás para hacerse cargo del dispensario, y que el comentario de la gente era que no sabía nada.

 —Para un buen doctor tiene que ir a alguna de las ciudades cercanas, allí hay hospitales.

—¿Y a qué distancia están?

 —Y…, para la más cercana tiene que pasar por el pueblo y hacer casi una hora más de viaje. Mejor no se enferme —rió la chica despreocupadamente.

   También le preguntó si se podía confiar en la capilla, el único sitio cercano con señal para el celular. Y Paola respondió:

—Mire, la capilla de la Virgen está al otro lado del vado, para llegar allí  tiene que subir un camino, es todo en subida y va a tardar como media hora, a menos que le pida al señor Fernando que lo lleve. Pero tampoco es seguro: a veces hay señal y a veces no. Lo único seguro es bajar al pueblo.

   Estas noticias lo alarmaron.  Tenía que irse.

   Antes del almuerzo, fue a buscar a Fernando y se lo comunicó, pidiéndole que lo llevara hasta algún lugar donde se pudiera tomar un ómnibus. Fernando le sugirió esperar hasta la tarde:  él iba a ir al pueblo para hacer compras y lo llevaría. En el pueblo había más frecuencia de vehículos que en el cruce y le sería más fácil llegar a Córdoba de ese modo.

   Y ahora hay en Luis una terrible sensación de urgencia, como si se estuviera escapando de algo. Pero el argumento del dueño lo convenció: son apenas unas horas más.


   3. 


    Isabel prepara el almuerzo. En la radio, una emisora de la zona transmite canciones de moda,  y entre una y otra el locutor comenta los sucesos locales. Ella casi no presta atención, está recordando sus vivencias del día anterior… 

   Se había quedado sola. El comerciante, al regresar con aspecto muy raro de su paseo, le comunicó que deseaba caminar y que los esperaría en el cruce. La empresaria histérica decidió acompañarlo. Y la señora Clara se había atrevido a entrar sola en el bosque, apoyada en un largo palo a modo de bastón. Entonces ella se había recostado, después de extender una frazada sobre el césped,  junto al mantel con las cosas de la merienda. 

   Enseguida se quedó dormida y soñó. Aunque no fue un sueño, fue una pesadilla. Soñó con sus hijos. Ellos eran pequeños aún y la llamaban, pero ella no podía oírlos:  estaba ocupada cocinando y el ruido de las cacerolas le impedía escuchar las voces de sus hijos… Se despertó sobresaltada, angustiada, con una fuerte sensación de culpa. Y empezó a comer ansiosamente. Tenía difusas imágenes del sueño, pero eran todas desagradables y prefirió no recordarlas. En  las cuatro  fuentes ovaladas los panes, trozos de tarta y porciones de torta comenzaron a menguar. Sólo pudo detenerse cuando vio que por mucho que reacomodara las porciones, las fuentes  mostrarían un aspecto poco generoso. Y los que habían bajado a la cueva iban a regresar hambrientos. Reacomodó todo en tres fuentes y se levantó para no seguir comiendo. 

   Rememora la pesadilla con inquietud… y también el ataque de hambre. Cuando está nerviosa le da por comer. Ya posee una barriga notoria y sus antebrazos son casi rollizos;  si no frena eso se va a poner obesa. Y a Fernando no le gusta que esté gorda, ¿pero cómo controlarse con los nervios que siempre tiene por culpa de los problemas? 

   Fue un sueño amargo… ¿Cuánto hace que no se encuentra con sus hijos?... Casi un año. Ellos no vienen de visita y ella no viaja para verlos. Y se van distanciando... Están bien, hacen sus vidas, eso lo sabe porque hablan cada tanto por teléfono. El mayor ya está en pareja y trabaja. El menor vive con el padre y estudia. Siempre contentos y muy ocupados, no cree que la necesiten. Pero esta pesadilla…  

   De pronto, unas palabras la sobresaltan, sacándola de sus cavilaciones. Le parece oír “se acerca un terrible temporal” y “hay alerta meteorológico”. Sube el volumen de la radio y escucha, mientras  rellena los canelones. 

—Al fin llegan las lluvias y parece que llegan furiosas, son pronósticos algo alarmantes —le comenta a Paola, quien acaba de entrar en la cocina. 

—Ya terminé con la limpieza y la mesa ya está puesta.

—Entonces andá para tu casa, me arreglo sola con el almuerzo.

   La chica pone cara de alegre sorpresa.

—Es que se viene la lluvia y hasta tu casa hay que caminar bastante. Llevate un impermeable de esos colgados junto a la puerta.


   Unos minutos después de irse Paola,  entra Fernando.

   Isabel lo mira de reojo. En los últimos tiempos están muy mal: incomunicados, poco afectuosos, peleando por cualquier cosa. Y lo peor es que no sabe por qué. Lo quiere con tanto amor y fuerza como al principio, cuando se volvió tan loca como para abandonar un marido y dos hijos para estar con él. Pero bueno, las parejas con el tiempo se desgastan. Después del verano inventará algo para reavivar la pasión, a lo mejor un viaje.

—¡Se acerca una tormenta!  —anuncia Fernando, mientras se prepara un mate.  

—Ya lo sé, estoy escuchando la radio.

—¿Cómo estamos de provisiones?

   Ella se pone a revisar estantes y  alacenas, y a decirle lo que hay que comprar. Él anota todo en un papel. 

—Habría que decirle a los huéspedes, ¿no? 

—¿Estás loco? —pregunta asombrada, con irritación—. Si les decimos van a querer irse… y adiós verano.

 —No creo que se vayan… Además, ¿no está todo pago?

   Fernando jamás se ocupa de hacer las cuentas, ni de nada que tenga que ver con el dinero; de eso, como siempre, se ocupa ella. 

—Qué va...  Sólo una ya pagó, los otros todavía no… Y la parejita, ayer los escuché durante el desayuno: él quiere irse,  insistía con lo de irse, aunque ella no quiere. 

   Fernando se rasca la barba... 

—Está bien, no les decimos —acepta con cara de fastidio—,  pero de todos modos se van a dar cuenta enseguida, basta con asomarse afuera y mirar el cielo.

   Isabel replica con brusquedad y se le rompen dos canelones seguidos. ¿Por qué le cuesta tanto entender estas cosas?  piensa. 

   Le da los canelones rotos a la gata, enojada con él por su inconsciencia, por su indiferencia.

—Ya sé que hay alerta meteorológico, pero también hay alerta en nuestras cuentas, ¿o te olvidaste?... No hay por qué decirles que hay alerta meteorológico ni que los próximos días se aburrirán muchísimo…, no hay que darle más importancia de la que tiene.

   Fernando no replica. Se toma varios mates seguidos, come unos bizcochitos…

—No voy a estar para el almuerzo, tengo que guardar en el galpón todo lo que hay afuera. Dejame la comida aquí —le dice finalmente. 

   Y sale dando un portazo.


 4. 


  Luis estaba sentado para almorzar, cuando escuchó el trueno. 

  Él  y Diego se levantaron y miraron por las ventanas. Una multitud de nubes oscuras invadía el cielo con rapidez. El viento ululaba, sacudiendo las ramas,  y el polvo, agitándose en remolinos, entraba por las ventanas.  Las cerraron. 

   Luis  les dijo a los otros huéspedes  que se iba esta misma tarde.

—¿Se va..., tan pronto…, por qué? —se asombró Mariana.

   Empezó a explicarle los motivos, pero lo interrumpió la aparición de Isabel por la puerta vaivén, trayendo el carrito con dos fuentes humeantes.

   Mientras les servía,  Isabel comentó que Fernando estaba ocupado y no comería con ellos.

—Pensaba irme dentro de un rato. ¿Su marido va al pueblo aunque llueva? —le preguntó Luis con mucha ansiedad.

—Pero sí, no se preocupe  —le aseguró Isabel con su sonrisa de siempre—,  mire si no va a bajar debido a la lluvia… Quédese tranquilo.

   Y Luis se olvidó por un rato de la tormenta debido a los canelones: eran  exquisitos. 

  

   La perspectiva de tormenta había alarmado de igual forma a Diego, quien comenzó a discutir en voz baja con su novia,  en un momento en que Isabel estaba en la cocina. 

—Yo quiero irme Vero, ¿y si metemos todo en los bolsos y nos vamos antes de que se largue?

—¡No!,  no quiero irme. Me quiero quedar, este lugar me gusta. Andate vos si ese es tu deseo… Yo me quedo.

   La señora Clara confesó que para ella era mejor así: ya no estaba para moverse tanto. Con lluvia Fernando dejaría de organizar excursiones… Esta mañana, durante la sesión de “shiatzu”,  le había dicho que estaba programando otro paseo, a una cascada. Y ella dentro de la hostería no iba a aburrirse: tenía varios ovillos de lana,  tejería medias para sus nietos. 

   También a Mariana la satisfacía el chaparrón inminente: miraría el paisaje y sus colores nuevos a través de las ventanas.  

—¿Le gustan las tormentas? —preguntó Luis con desconcierto.

—Y, depende..., pero ésta me gusta. Tanto sol y calor me estaban agotando… Unos días fresquitos van a venir muy bien. Además, las sierras cuando llueve se ponen hermosas.

   Luis se encogió de hombros… Para él no era importante el paisaje… Evidentemente,  las cosas no son iguales para todos… 

   No quiso postre y se despidió de la gente: quería descansar un ratito antes de partir. 

   Al llegar a su habitación se afeitó, metió las últimas cosas en el bolso y se tiró en  la cama, después de poner el despertador del celular para una hora después. 


   Cuando sonó el despertador eran cerca de las cuatro, la hora convenida con Fernando. Salió  de la habitación  y fue a buscarlo: ya  debía estar por irse.

   Detrás de las ventanas, la tormenta seguía siendo sólo una amenaza. Había como jirones de claridad en el cielo, aunque por la agitación de los árboles notó que continuaba el viento.

   Golpeó la puerta de la cocina y entró con timidez. Isabel, delante de la mesa, estaba preparando algo  y el olorcito que venía del horno era tentador, aunque… no iba a poder saborearlo: casi seguro partirían antes de la hora del té.

—Ya estoy listo. Dígame si le debo algo, aunque pagué varios días de anticipo en la agencia y supongo que no… ¿Dónde lo encuentro a su marido?

   La mujer abrió muy grandes los ojos.

—¡Ay, Luis!... ¿Por qué no vino antes?... Fernando ya bajó… Es que se viene la lluvia y tenía mucho para hacer en el pueblo.

   Luis se sintió mal. Buscó una silla y se derrumbó en ella, estupefacto, contrariado, casi enojado.

—Pero..., él sabía que yo quería irme, ¿por qué no me dijo que se iba antes? 

—¡No sabe cuánto lo siento!  Mi marido es muy distraído, se habrá olvidado...

—Pero yo se lo avisé a usted durante el almuerzo. 

—Ya sé que me avisó, pero como se fue antes que yo trajera el postre…  Creí que usted ya había quedado con él y que se encontrarían junto al portón… ¡Cómo lo siento! 

   Luis sentía disgusto y malestar. ¡Ya vería Fernando cuando volviera! Ahora no quedaba otra: quedarse… Y con esta tormenta que se venía... Quién sabe si podrá irse mañana... 

   Se acordó de su celular  y lastimosamente preguntó si había alguna probabilidad de señal en la capilla, para pedir un taxi. La dueña movió la cabeza negativamente.

—Como ya les dije, no siempre hay señal… Si estuviera Paola la mandaría a ella, pero ya se fue, y además con estas nubes y este viento... No creo que haya señal. 

   Recordó las explicaciones de Paola: el camino que subía, media hora por lo menos… Miró por la ventana los árboles y las plantas, que se sacudían con furia. 

   Isabel sacó lo que había en el horno y lo puso sobre la mesa delante de él.

—Mire lo que hice: torta de ciruelas… ¿Por qué no se relaja?... Mañana, después del desayuno, Fernando lo puede llevar hasta el cruce, donde pasa el diferencial. Tengo los horarios. 

—Ya veo que no se puede hacer nada…

   Frustrado,  desanimado,  salió de la cocina y buscó refugio en la salita… No encontró a nadie… Decidió mirar una película. Puso una de “cowboys” y se animó un poco mientras veía al protagonista llenando de balazos a los malos y salvando a la chica.


   5.


   Apenas Luis salió de la cocina, Isabel abrió la puerta de atrás y, atravesando el pequeño jardín, entró por una arcada cercana que daba a una escalera… Por ella subió a su departamento. 

   Fernando estaba aún allí,  vistiéndose para bajar al pueblo. 

—¡Fernando, todavía vistiéndote!... Si se larga la tormenta me voy a preocupar, con vos andando por esos caminos… ¡Tendrías que irte ya! 

 —Bueno, ya salgo.

  Lo ayudó,  le buscó la campera, le dio el dinero para las compras  y descendió la escalera con él.  Fernando se encaminó hacia la cocina…

—Primero voy a ver si la gente necesita algo del pueblo y si...

   No le permitió ni terminar de hablar. 

—¡No!..., de empezar con eso no vas a salir más, ¡y no quiero que te agarre la tormenta!...  Dejá los encargos para otro día.

—Está bien…, es cierto… Va a empezar a llover en cualquier momento. Mejor me voy…

    

   6.


   Fernando se dejó acompañar por su mujer a través del bosquecito, detrás del cual estaban el galpón y la cochera… Pero cuando estaba arrancando el motor, se acordó de Luis y de su promesa de llevarlo.

—Quedé en llevar a Luis, quiere irse...

   Apagó el motor y abrió la portezuela para bajar. 

   Sin mirarlo, con el rostro vuelto al cielo cargado de nubes oscuras, Isabel le dijo que Luis había cambiado de planes: 

—Hace un rato vino a la cocina y me dijo que se va mañana. 

   Fernando volvió a arrancar y avanzó por la avenida lateral que desembocaba en el camino. Y sintió una sospecha mientras se alejaba, como si su mujer lo hubiera manipulado. La conocía bien…  y algo en la última media hora,  su apuro para que se fuera,  el impedirle ver a los huéspedes, le vibraba como extraño. 

   Pero fue apenas un vislumbre, una idea fugaz… Enseguida la olvidó... Ya estaba en camino... Y  a través del parabrisas podían verse nubes por todos lados… Se venía una fuerte, sin duda… Tenía que apurarse.  


   7. 


   Al anochecer retumbó un segundo trueno.  Fue el inicio de la tormenta: toneladas de agua y un ruido ensordecedor.

   Isabel, en la cocina, se reía a solas, mientras esperaba que el budín en el horno tomara su punto. Y le hablaba a su gata Petrona, quien parecía una pantera diminuta, toda negra y reluciente.

—¿Viste, Petri?,  ahora no se van a poder ir…  ¡Ya vamos a ver si se va alguien!...  Esto no para ni en tres días...

   Se abrió la puerta y entró Fernando,  cargado de bolsas y bastante mojado.

—¡Los últimos diez minutos fueron de terror, pensé que me iba a arrastrar el agua!

   Isabel lo ayudó a sacarse la campera empapada.

—En el pueblo circulan toda clase de rumores: ya se habla de ríos desbordados y de inundaciones, porque en la zona del dique está lloviendo desde hace horas.

 —Son unos alarmistas… ¿Cómo te fue?...  Mirá lo que hice…

   Se había esmerado más que nunca, era una cena de fiesta: muchos entremeses, budín de queso y ensalada de frutas como postre. 

—¿Trajiste películas?...  No sé qué haremos para entretenerlos. 

—Sí…, lástima que no pude preguntarles antes de salir, pero igual traje para todos los gustos: románticas y psicológicas para las mujeres, y algunas de acción para los hombres. Bueno, subo a cambiarme….

—Esperá…, tengo algo que decirte  —anunció Isabel  con embarazo.   

   Y le confesó la maniobra realizada horas antes: que tuvo que inventar algunas mentiritas, que no le quedó más remedio, que esto y que lo otro…

   Fernando se disgustó mucho. 

—Me parece horrible lo que hiciste, pero ahora no podemos hablar, ya sabés que se escucha todo desde el comedor, más tarde… Pero me parece una infamia… ¿Y ahora qué le digo al pobre hombre? 

   Fernando le hablaba en voz baja, pero enojadísimo… 

   Isabel trató de justificarse:

—No podemos darnos el lujo de perder una persona, no son muchos.  Le vas a decir lo mismo que yo le dije: que sos un distraído, que se te olvidó, que te disculpe, que mañana va a parar la lluvia y lo vas a llevar…

   Fernando no la dejó continuar. Le susurró ¡callate!  con mirada tan furibunda que  Isabel sintió malestar.

—Vos sos la hija de puta, pero el que va a quedar mal con Luis soy yo… Me voy arriba, después bajo a buscar la comida. No podría ver al pobre hombre hoy: estoy cansadísimo y él debe estar muy enojado. 

   Y salió de la cocina, después de hacerle un gesto amenazante con la mano.


   8.


    La lluvia cae con intensidad. Fernando atraviesa corriendo el jardín y sube al departamento. No puede creer que Isabel haya hecho eso, no puede creer que sea tan calculadora y tramposa, que mienta de ese modo…  ¡Qué mal!…  ¡Cómo no va a morir su amor por ella!... 

   Después de lavarse y cambiarse, se acomoda junto a una mesa pequeña y prende la radio.  Las emisoras locales no se oyen y las dos emisoras provinciales que puede sintonizar llegan con ruidos.  Las noticias son alarmantes: no sólo hay temporal en la zona de ellos, sino en el resto de la provincia y en muchas provincias vecinas. Lluvias, huracanes, inundaciones…  Una vasta región del país bajo el agua, y el pronóstico es que va a durar muchos días: es una tormenta de esas que devastan todo a su paso. 

   “Isabel se va a salir con la suya, nadie podrá irse con este temporal” piensa… El problema es cómo hacer para que la pasen bien. Ese es su desafío, lo que él tiene que resolver. Siempre quiso que la hostería funcionara bien, que los huéspedes se sintieran a gusto, que se fueran contentos, que recomendaran el lugar a otros y regresaran al año siguiente… Pero no es por el dinero, eso no le importa demasiado.  Es porque le gusta hacer las cosas del mejor modo posible… 

     Para los asuntos de dinero está ella.  Él nunca se preocupó por el dinero, aunque eso no lo enorgullece, más bien lo avergüenza. Se supone que un hombre tiene que  ganarse la vida  y él nunca lo  pudo solucionar demasiado bien. Tuvo muchas ocupaciones, pero a todas renunció rápidamente. Se aburría, se angustiaba, no las toleraba… Los primeros años de su juventud deambuló de un trabajo a otro, soñando con encontrar algo que le gustara, que lo apasionara y que además le permitiera ganarse la vida. 

   Y eso… únicamente lo había sentido con la música… Fueron pocos años, pero esos pocos años en que se ganó la vida haciendo música fueron los más felices de su vida. 

   Entonces…,  ¿por  qué  la  abandonó? 


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