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Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

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Peregrina en la India

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CAPÍTULO 8

 CAPÍTULO 8   

                            


Día octavo: viernes

La discusión entre Fernando e Isabel. La tormenta continúa y la preocupación crece. Conversaciones profundas. Encuentro y atracción entre dos personajes. Las reflexiones de Mariana. 



   1.


   Por la mañana, bien temprano y después de tomarse unos mates amargos, los dueños de Cerro de la Isla tuvieron que  enfrentar muchas cosas.

   Él fue a inspeccionar la propiedad: la luz no había vuelto y quería saber si era un problema de ellos o se trataba de un poste vecinal. Comprobó que el problema no era de ellos y nada podía hacer. Seguramente cables rotos y postes caídos… ¡Quién sabe cuando los arreglarían! Luego descendió por el camino para ver cómo estaba el vado; por una típica desidia suya no lo había hecho hasta entonces. Normalmente el vado estaba seco y cuando llovía se cubría de unos veinte centímetros de agua, lo cual no impedía el paso de los vehículos. Algunos troncos, puestos por los vecinos, funcionaban como puente para los que cruzaban a pie  cuando  el agua lo cubría.

   Totalmente empapado a pesar de llevar una gruesa capa de nylon, llegó a una pendiente del camino desde la cual se podía ver el vado sin necesidad de bajar hasta allí. Y lo que vio lo dejó casi trastornado. El río bajaba con una furia ensordecedora, con un agua marrón que arrastraba troncos y cosas que desde donde estaba no podía definir, aunque le pareció ver algún animal muerto. Del vado no quedaba nada a la vista y calculó que la creciente ya andaría por los dos metros de profundidad. 

   Volvió rápidamente y entró en la cocina muy agitado. Encontró a Isabel revisando las provisiones y haciendo cálculos de lo que iba a necesitar. Muy pronto se quedaría sin alimentos frescos, le dijo, ya que los del freezer  —ahora descongelados— los estaba usando aceleradamente. Un verdadero problema, pero en última instancia él podría darse una vuelta por las chacras vecinas, montaña arriba, y comprar verduras y huevos. 

   Fernando esperó que ella terminara con su principal tema de conversación en estos días, y le contó cómo estaba el vado. Ella no respondió, siguió con su ajetreo, mientras él se tomaba otros mates y le proponía, no por primera vez, que fueran  sinceros con los huéspedes. 

—Tenemos que contarles como están las cosas, así ellos son libres de decidir lo que van a hacer.

—¿Y qué van a hacer?  —respondió ella con brusquedad—. Ya saben que no pueden salir de aquí hasta que termine el temporal.

—Sí, pero la situación está empeorando en forma veloz… El agua está subiendo demasiado... A lo mejor tendríamos que pedir un helicóptero…

   Isabel se mostró muy sorprendida: 

—¿Un helicóptero?... ¡No exageres!... Un helicóptero se pide únicamente en las emergencias totales. 

—Quizás  ya  estamos en una emergencia total.

—¡No me vengas con eso!… ¡Siempre ves las cosas peor de lo que son!… Y de todos modos, ¿cómo harías para pedirlo? 

—Me llevo al Hércules y me voy por el sendero que rodea al cerro hasta lo de Mazzolini: ellos tienen radiotransmisor. Y me quedo allí hasta que me confirmen que el helicóptero viene. Puede aterrizar en el campito junto a la huerta: es la zona más pareja y hay espacio suficiente para que aterrice un helicóptero.

   Durante un rato Isabel no habló: siguió con sus idas y venidas entre diferentes lugares de la cocina.  Luego volvió a decir que no era para tanto y que había que esperar algunos días más. 

   Pero él insistió con lo del helicóptero:

 —Es probable que el agua no llegue hasta aquí, estamos bastante lejos del río, pero si continúa lloviendo habrá peligro de avalanchas. Más de una vez, en el pueblo, me contaron que antes que nosotros viniéramos las hubo en esta zona, durante veranos de muchísima lluvia. Fueron deslizamientos de tierra, aludes de barro y piedras que bajaron del pico mayor y destruyeron todo a su paso. ¡Y nosotros estamos justo debajo del pico mayor: si se produjeran desprendimientos podrían taparnos! 

    Estuvieron batallando durante largo rato. Todo eran posibilidades, repetía Isabel,  por ahora sólo lluvia y creciente de los ríos, eso era normal, lo demás posibilidades. En cambio, la falta de fondos, el dinero que necesitaban para  vivir los próximos meses, eso era una realidad. Si los turistas se iban antes de tiempo tendrían que cerrar la hostería e irse a otro lado para generar dinero: esta vez ella no iba a pedir ayuda a sus hermanos… 

   Los últimos argumentos lograron  convencer a Fernando. Como siempre, cedió ante las decisiones de su mujer, aunque cada vez se sentía peor: estaban mintiendo a sus huéspedes, los estaban reteniendo, y esto podría tener consecuencias funestas para la vida de ambos. 


   2.  


   A pesar de que la lluvia perseveraba, concedía breves pausas que eran como una promesa: ¡en algún momento pararía!,  y que servían para que algunos estirasen las piernas  en cortos paseos. 

   Durante la mañana Diego se atrevió a explorar. Comprobó que el río había crecido muchísimo, en los dos brazos que rodeaban a Cerro de la Isla, y que estaba acercándose peligrosamente a los espacios habitados. Se dio cuenta de que no sólo era imposible salir de allí por estar aislados e incomunicados, sino que la situación podía ser más grave aun de lo que pensaban.  

   Había intentado escuchar la radio de su auto desde el comienzo de la tormenta, pero algún desperfecto se lo impedía y había desistido varias veces. Pero a partir de la caminata, la necesidad de saber lo llevó a revisar bien. Descubrió que había un fusible quemado. Luego de repararlo pudo sintonizar la radio  y lo que escuchó lo alarmó. 

   Hizo cálculos: la distancia entre el río y la entrada de la hostería era apenas de cien metros, aunque las vueltas que daba el camino hacían pensar en una distancia mayor. En cuanto al declive del terreno: no era muy pronunciado, fácilmente las aguas podrían inundar el área de la hostería. Su cabaña en primer lugar, ya que estaba muy cerca de la entrada. ¿No deberían mudarse al edificio principal?... No tenía deseos de hacerlo, pero si continuaba lloviendo no iba a quedar más remedio. 

   No quiso decirle nada a Verónica: se podría poner mal, ya que estaban todavía ahí por culpa de ella; ni a las señoras para no angustiarlas; ni a Luis, por su corazón. 

   Pero tenía que hacer algo…

     

   3.


   Después del almuerzo, Mariana intenta infructuosamente dormitar un rato... Como no lo consigue se levanta… Se mira al espejo: su cabello, normalmente despeinado, se ve más alborotado que nunca. Pero no le importa… Y está vestida con la misma ropa que los días anteriores. Ya no tiene ropa limpia, excepto la ropa interior que cuelga en el baño, porque ¿cómo lavar ropa con esta humedad?

   Regresa al comedor y se acomoda en el sofá mullido cercano al hogar. El fuego está prendido y además de dar calor ilumina, mucho más que la escasa luz que se cuela por las ventanas. 

   Al ratito aparece Luis, muy locuaz. Entre otras confesiones, le cuenta ciertas vivencias de la tarde que fueron a las cuevas, sentimientos que quiso olvidar sin conseguirlo, sentimientos  amenazadores, terribles, que lo pusieron muy mal. 

   Mariana le pide más detalles sobre esa tarde y sobre lo que  sintió. Después de oírlo,  intuye... y da su opinión:

—Posiblemente fueron los Hostiles. 

—¡Los Hostiles! ¿Qué es eso?

—Energías oscuras, que nos atacan a veces de un modo despiadado, y nos hunden en el desaliento y la desesperación sin ninguna causa aparente para que nos sintamos así.

   Luis parece muy extrañado.

—¿De dónde sacó eso?, me resulta difícil creer en algo semejante…

—¿Usted cree en Dios?

—Bueno, sí…, creo que creo…, aunque no estoy demasiado seguro…, pero eso de los Hostiles… ¿De dónde lo sacó?

—Supe acerca de los Hostiles gracias a Sri Aurobindo, un gran Maestro de la India, cuyas enseñanzas practico desde hace años.  Y creo que es así, que existen los Hostiles.

   Llega Clara con su tejido, ella tampoco duerme la siesta. Mariana se mueve para hacerle lugar en el cómodo sofá.

—Tal como dicen los libros de la sabiduría hermética: “Como es arriba es abajo” —continúa Mariana, tratando de expresarse con precisión―. El mal no sólo existe entre los seres humanos, también hay energías malignas, y ellas, en mayor o menor grado,  son las que están detrás de la oscuridad que prevalece en el planeta;  ellas están detrás de la mentira,  de la injusticia, del crimen. Y esos ataques, esos impedimentos, esas obstrucciones, obedecen a la acción de los Hostiles. 

—¡Pero eso es como decir el Diablo!  —exclama Clara. 

—Bueno, hay términos demasiados gastados y teñidos de fantasía, prefiero decir los Hostiles o sino, el Mal.  El Mal existe, y los hostiles serían en relación al Mal, a la Oscuridad,  como los Ángeles en relación al Bien y la Luz. 

—No me gusta pensar que existe el Mal en forma intangible, me da miedo  —confiesa Luis. 

—Y sí, da miedo, sobre todo porque no sabemos cómo protegernos de él...  Pero estoy convencida, a partir de lo que dicen algunos pensadores de la sabiduría hermética,  que la única protección contra el Mal es ampararse  bajo la protección del Bien, de las Fuerzas de la Luz.

—Y eso, ¿cómo  se hace?  —pregunta Luis.

—¿Cómo se hace?... Hay que portarse bien, hay que ser merecedor de esa protección de la Luz  —suspira Mariana.

   Luis parece desconcertado, en cambio Clara la comprende muy bien: 

—Lo que estás diciendo me resulta indudable, aunque los Hostiles sean otro nombre para el de las pezuñas —afirma.

—Para mí no es nada indudable: ¿qué significa portarse bien? —insiste Luis.

   Mariana demora…, desea encontrar las palabras justas. 

—Portarse bien es acatar las leyes divinas, perfeccionarnos, evolucionar, ser más conscientes.  O dicho de un modo más sencillo: ser cada día mejores, más buenos, más honestos, más generosos, más espirituales.

   Clara  aprueba con la cabeza.

—Eso no es fácil  —dice Luis, cabizbajo.

—No, no lo es.  Pero al menos intentarlo, aspirar a eso, nos permite cambiar, nos transforma.

   Y Mariana prosigue, tratando de resumir ideas que, hasta para ella,  son de tal profundidad y complejidad que le inspiran enorme respeto: la intimida tener que revelarlas. 

   Pero como dicen los Maestros: el deber del que sabe es transmitir lo que sabe.


   4. 


   A partir de la segunda canalización, Verónica quiso entender mejor lo que le pasaba. Era tan extraño: esa energía sacudiéndola, aturdiéndola, ocupándola.  Diego le contó que se ponía a temblar, que cerraba los ojos y  hablaba con una voz que no era la suya, parecida a la voz ronca de un hombre viejo. Pero ella no recordaba nada, sólo el estremecimiento, la energía irrumpiendo, como si alguien la estuviera vaciando de sí misma. Y al volver en sí apenas algunas sensaciones, como cuando se sueña y al despertar sólo hay jirones del sueño, vagas imágenes, impresiones. “Todo es  extraño y diferente desde que llegué a Cerro de la Isla” pensaba, una y otra vez. Hubiera querido conversar con Fernando, pero él estaba siempre ocupado y con su mujer haciendo guardia, con cara de ¡no te acerques a mi marido!... Durante la siesta  del  viernes la lluvia amainó, una ligera luz se coló a través del techo de nubes, y Verónica salió a dar una vuelta, mientras Diego se entretenía resolviendo problemas de ajedrez.


   Fernando estaba vaciando un cobertizo cercano al río. El agua llegaba ya a pocos metros de allí y si no sacaba todas las cosas sería un desastre. Iba y venía entre el cobertizo viejo y el nuevo: uno precario que construyó con ramas y lonas a unos diez metros del galpón. Además de colmenas y material de apicultura, tuvo que acarrear muchísimas cajas, garrafas de gas, herramientas... 

   En uno de los viajes se cruzó con Verónica, quien deambulaba bajo la suave lluvia con cara de ensoñación. Tenía puesta una campera que le quedaba enorme, seguramente del novio, lo cual no impedía que su cuerpo se mostrara en su vibrante sinuosidad. La vio acercándose muy sonriente, las tersas mejillas  mojadas por las gotas de lluvia…


   Cuando Verónica vio a Fernando se alegró: ¡al fin lo encontraba, y solo!  Se veía un poco sucio, con manchas de tizne en la frente y el cabello enmarañado. Pero no le molestó su desprolijidad, cosa rara en ella. Al aproximarse sintió esa turbación, casi eléctrica…, lo habitual cuando un hombre le gustaba.

 —¡Qué bueno encontrarlo!, quería conversar con  usted, ¿tiene un ratito libre?

 —Todos  los ratitos que quieras, pero... por favor, tuteame,  no soy tan viejo.


   Fernando la invitó a entrar al galpón y a sentarse sobre unos troncos. Y respondió todas sus preguntas acerca de la canalización, aunque sin demasiado interés. Le costaba concentrarse. Se recreaba mirándola  y se preguntaba cómo sería  estar con ella a solas en una isla desierta.  

   Al cabo de un rato se pusieron a conversar de otros temas… Fernando curioseó: ¿hacía mucho que estaba con Diego? y ella: ¡no!, hacía muy poco, y estaban discutiendo bastante, por pavadas. Fernando le confesó que él también discutía mucho con Isabel, porque no veían las cosas de un modo parecido. Verónica quiso sonsacar pormenores, pero él contestó en forma imprecisa. 


   “Están mal entre ellos” pensó Verónica con placer. Oía sus argumentos sin prestar atención, superficialmente; en realidad esperaba alguna frase que confirmara eso que (lo sabía muy bien) ambos estaban sintiendo. Lo miraba a los ojos casi hipnotizada  y deseó que sus manos, delgadas y nerviosas, la tocaran. 


   Fernando advirtió que la conversación se iba convirtiendo en una charla anodina, en balbuceos para ocupar el silencio. Estaba absorto en los labios de ella, entreabiertos, invitantes, en su cuello todavía húmedo… Aturdido, lleno de tentaciones… 

   Lo sacó del embeleso la campanilla de la merienda. Recuperándose, le sugirió a la chica que fuera al comedor: él tenía que terminar unas cosas. Y se puso a revisar unas cajas, sin mirarla… Verónica se levantó diciendo ¡chau!,  y abandonó el galpón. Fernando la miró alejándose  y cambiando de idea salió, se apresuró y la alcanzó.

—Vamos juntos, tengo hambre —le dijo.

   Caminó casi rozándola... Y esbozó unas tímidas caricias en su espalda y su cuello, sintiendo audacia y miedo a la vez.  Ella lo miró,  anhelante... 

—Cuando quieras verme, intentá buscarme en el galpón, es mi espacio privado. Sólo yo y mi perro entramos allí —le dijo cuando estaban cerca de la cocina.

   Verónica asintió con una mirada y una sonrisa prometedoras. 

   Y con ese indefinido pacto de reencuentro se separaron.


   5.  


    Durante la merienda, Diego le pidió a Isabel que les resumiera lo que decían los informativos. En realidad quería confirmar sus sospechas: que los dueños estaban ocultándoles la verdad. En ese preciso momento, Isabel estaba ofreciendo a las mujeres un curso de cocina naturista gratis, que también serviría para preparar las cenas y que empezaría al día siguiente. La pregunta, interrumpiendo su cháchara acerca del curso, la demudó. Lo miró con embarazo y demoró en responder, mientras el barbudo miraba para otro lado.

   Por último habló, pero con vaguedades, dando rodeos. Sus escasas palabras le confirmaron a Diego lo que ya suponía: les habían estado mintiendo. En la radio se hablaba de evacuaciones, de zonas totalmente inundadas, e incluso del riesgo de avalanchas, o sea, desprendimientos de tierra desde la montaña. Isabel no mencionó nada de todo eso, apenas las ambigüedades de siempre. 

   Estuvo tentado de contar la verdad varias veces, pero no se animó. ¿Y si a Luis le subía la presión? ¿O le pasaba algo a Clara, que era bastante mayor?  No quería asustar a los demás, pero ya no soportaba las mentiras de ellos. La tensión fue terrible: sintió mucha bronca contra los dueños de Cerro de la Isla, pero no consiguió emitir ni una palabra. 

   Sin embargo, necesitaba contárselo a alguien, y decidió que la persona indicada era Mariana. Le pidió conversar a solas y la profesora le propuso encontrarse en el salón de la entrada. 

   Se ubicaron en un rinconcito medio oculto  y hablaron en voz muy baja. Diego le contó lo que decían los informativos,  y se quejó del indudable y persistente engaño por parte de los dueños.

— Lo que veo  —dijo,  limpiando sus anteojos una y otra vez— es que la Betti tiene razón en enojarse con ellos por cualquier motivo: son deshonestos, nos han estado engañando desde el principio del temporal. 

—¿Por qué, para qué?  —preguntó Mariana con perplejidad.

—Para qué va a ser: para que nos quedemos, para seguir facturando.

—¿No será que lo ocultaron para no alarmarnos?

—Eso no les concierne… Estamos pagando por vacaciones con sol, con río, etc. Y en vez de eso mire lo que tenemos… Su obligación era decirnos la verdad desde el primer momento y permitirnos decidir si nos quedábamos o nos íbamos. 

   Mariana expresó consternación ante tanta doblez. Siempre le costaba ver el mal en los demás, le dijo, siempre los justificaba y trataba de perdonarlos. Pero esta vez, y ante la evidencia que Diego le presentaba,  sería muy difícil. 

   Dieron muchas vueltas al asunto, hasta que resolvieron esperar un poco y ver como seguía la tormenta en las próximas horas, para no preocupar a los demás innecesariamente. Nada ganarían ahora contándolo: ya no se podía salir. 

   La conversación con Mariana tranquilizó a Diego; y además la profesora lo animó a  seguir buscando soluciones de tipo práctico, las cuales él le reveló estar investigando.


   6. 


   Después de la charla con Diego,  Mariana vuelve a su habitación.

   Se sienta cerca de la ventana, algo inquieta. La pasó tan bien los primeros días, se sintió tan a gusto, tan distanciada de sus problemas… La crisis que vivía el país convertida en algo lejano, la amenaza de su jubilación también… Y de pronto, esto: una interminable tormenta que ha comenzado a mortificarla. No cree que pueda ser tan amenazadora como dice Diego, ¡no puede ser tan terrible!, pero ¿y si está equivocada?... Mira a través de los cristales: todo está envuelto en una humedad gris, en una lobreguez deprimente. ¿Son coherentes los temores de Diego? ¿Hay riesgo de que el agua suba tanto como para inundarlos? Le parece imposible, impensable, y sin embargo….  

   Va tomando consciencia del peligro… Y reflexiona… ¿Qué la llevó a elegir para sus vacaciones este ignoto lugar, que ni figura en el mapa?... ¿Fue una buena decisión venir aquí? ¿Cómo saberlo?...   

   Se pone a recordar ciertos momentos de su vida y a cavilar acerca de las decisiones que tomamos y que nos llevan por caminos diferentes. Se pregunta si todas sus decisiones fueron siempre correctas… 

   ¿Hizo bien en separarse del padre de su hijo? No era un vínculo creativo o intenso cuando lo terminaron, cuatro años atrás, aunque había respeto y afecto. Y ella fue la que insistió: estaban en un punto muerto, ya no había crecimiento, ni entusiasmo, ni pasión.  Era pura rutina, y no creyó que pudieran cambiar eso.  Él  aceptó su decisión, aunque a regañadientes e intentando, al principio, que ella cambiara de idea…  Ahora él vivía con otra mujer, bastante más joven, y Mariana a veces lo extrañaba... ¿Había sido una buena decisión?... Cuando se encuentran, por cuestiones relativas al hijo, siente que todavía lo quiere, de un modo tranquilo, pero aún lo quiere. Ningún otro hombre apareció en su vida; si no se hubiera separado no estaría tan sola, tan desamparada para enfrentar los problemas.

   Sigue evocando cómo actuó en ciertas ocasiones, y supone que si en esas circunstancias hubiera sido como es ahora, o hubiera comprendido del modo que comprende ahora, sus decisiones habrían sido distintas.

   Durante largo rato, rememora episodios de su vida, mientras mira por la ventana la lluvia incesante… Hasta que se harta. ¡Cuántas dudas y lamentaciones! ¡Qué tontería! Cuando elegimos y actuamos, esto se muestra como lo más correcto o sensato o justo para esa situación y ese momento, se dice.  

   Claro que inevitablemente, cuando los años pasan, nos preguntamos qué habría sucedido, qué otro rumbo hubiera tomado nuestra vida, si hubiésemos actuado de otra manera. Y a veces, fatalmente, llegamos a la conclusión de que si el modo de actuar hubiera sido distinto, ciertos problemas no se hubieran presentado o las cosas habrían tomado un cariz diferente, quizás mejor, más adecuado.  

   ¿Equivocarnos es parte del aprendizaje?  ¿O es que jamás elegimos y solamente creemos hacerlo?

   De nuevo el tema que a menudo la obsesiona: el libre albedrío. 

   ¿Cuánto es elección y cuánto es escoger lo que nos van marcando, porque guiados por invisibles hilos vamos trazando el camino, el camino de nuestra vida? 

   Desde que despertó a lo espiritual, sintió que era guiada… Entonces, ahora: ¿fue  guiada para morir, para morir ahogada dentro de una hostería? Le parece absurdo, y sin embargo… Desde una visión espiritual, el cuerpo no tiene importancia. Somos espíritus encarnados, vivimos innumerables veces, la vida y la muerte son sólo episodios en una existencia infinita.

    Cierra los ojos, entra en meditación, en recogimiento durante algunos minutos… Y se tranquiliza.  De todas formas,  preocuparse no sirve para nada.


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