Traductor- Translation

La tapa de siempre

La tapa de siempre

Libros de Aprendizaje Espiritual

Libros de Aprendizaje Espiritual
Haciendo clic en la foto te lleva a la página

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos

Violeta y el Camino de los 22 Arcanos
si haces clic en la imagen, te lleva al blog donde podrás leer la novela

Peregrina en la India

Peregrina en la India
si haces clic en la imagen, te lleva al blog donde podrás leer la novela

CAPÍTULO 6

 CAPÍTULO 6


                                

Sexto día: miércoles 

Algo extraordinario le sucede a Verónica. Furia y discusiones. Las profecías. Una película sobre Nostradamus. 



   1. 


   Amanece lloviendo copiosamente.

   Diego duerme. Verónica ha despertado y ahora levanta el vuelo en las nubes de sus fantasías. Le encantaría estar sola… y que el dueño de la hostería también lo estuviera… Fernando la fascina, aunque es un poco viejo. Y está segura de fascinarlo a él,  ¿acaso alguna vez  un hombre le mostró indiferencia?... Nunca, o casi nunca… No recuerda a un hombre rechazándola: les gusta a todos.   

   Esta facilidad para seducir la ha convertido en una chica inconstante, caprichosa, fluctuante. Eso le dice siempre su hermana mayor, psicóloga, reprochándole su frivolidad y presionándola para que haga algo más con su vida, como por ejemplo estudiar una carrera. Y no sólo la hermana, también el padre le sugiere estudiar… Pero los libros no son su fuerte. 

   Reconoce cierta verdad en las opiniones de su hermana: es inconstante.  Cuando está en una relación se hastía con rapidez, desea algo distinto… Sólo con un chico estuvo largo tiempo: casi tres años, una enormidad para ella. Y con un chico divino, hubiera sido un marido maravilloso, pero bastante antes de los tres años empezó a cansarse de él.  Miraba a otros, se imaginaba con otros  y le fue infiel un par de veces, encuentros fugaces de los que nunca se arrepintió.  Un día le confesó al novio sus fantasías (no sus infidelidades),  el chico tuvo celos, a eso siguieron las peleas, y finalmente la relación se terminó.  Y Verónica ni sintió pena: tenía varios esperando. 

   Pero a veces experimenta cierto vacío  y se pregunta si no hay algo equivocado en ella. Casi todas sus amigas están ya casadas y criando niños, mientras que ella continúa con ese ir y venir de un hombre a otro. Su hermana repite que es pura neurosis; su madre, en cambio, celebra esa manera suya de ser. “Aprovechá nena, sos joven y hermosa”  le dice siempre.

   “Mamá era muy linda de joven,  pero ahora está gorda y arruinada, y aunque quiere mucho a papá,  no la veo muy feliz ni con él ni con su vida” suele reflexionar Verónica.  

   Así que entre el padre, que es un buenazo, y la madre, que la aplaude, y siendo los cuestionamientos de la hermana algo sin importancia (porque se ven poco), únicamente sus interrogantes acerca de sí misma la desvelan. Ya tiene veintiocho años, y a veces sueña con encontrar algo en su vida que le despierte interés, además de las relaciones amorosas, pero no lo encuentra. 

   De tanto en tanto, se imagina teniendo hijos: eso le encantaría. Claro que para eso tiene que encontrar un hombre que no la aburra enseguida y que le parezca un buen padre para sus hijos, y hasta ahora no ha sucedido.

   Observa a Diego despertándose y piensa: “Lo único que me gusta es enamorarme, soy feliz cuando me enamoro y no hay nada más divertido en el mundo que enamorarse”.


   2.


   Luis ya estaba en el comedor conversando, cuando llegaron los cordobeses totalmente empapados. A  ella se la notaba contenta: le brillaban los ojos y sonreía. Él, en cambio,  tenía mala cara y no se había afeitado.

—¡Llueve de un modo espantoso!... Vinimos con mi auto… y miren como nos mojamos en sólo unos metros  —dijo Diego a modo de saludo.

   El tema fue la lluvia y la tormenta, hasta que apareció Isabel por la puerta vaivén, trayendo medialunas caseras  en el carrito. 

   Dejaron de hablar de la tormenta y se pusieron a desayunar. 

—¿Fernando no viene?  —averiguó Luis. 

   La noche anterior no había cenado con ellos, e Isabel les había dicho que su marido no se sentía bien.

—No, va a desayunar arriba, sigue con un poco de malestar. Me pidió que le pida disculpas nuevamente por haberse olvidado de usted.  Mañana lo lleva.

—¿Mañana? —preguntó Luis con incredulidad—. No creo que mañana haya parado esta lluvia… ¿Podrá llevarme igual?

—Y…, mañana vemos… Todo depende del nivel de agua en el vado. Si pueden pasar los autos, podrá llevarlo.

  Luis no dijo nada más. Intercambió miradas escépticas con Mariana, pero fueron comentarios mudos.  Las medialunas estaban tan deliciosas, que se dedicó a ellas en silencio. 

  Y todos hicieron lo mismo.


   3.


   Y así estaban, dando cuenta de dos fuentes colmadas de medialunas,  cuando de pronto…

   Verónica comenzó a temblar…, a gemir… Parecía que iba a desmayarse… Pero no… Se quedó quieta sobre su asiento, la cabeza inmóvil y los ojos cerrados… Era como una bella esfinge… Y su respiración se volvió profunda y acompasada. 

   Todos se quedaron inmóviles, absolutamente desconcertados, sin saber qué hacer.  

   A Diego se lo veía ofuscado: miraba a Verónica, miraba a los demás, parecía no atinar a nada, ni siquiera a tocarla.

   Después de larguísimos segundos, pareció que Verónica volvía en sí. Abrió los ojos desmesuradamente, pero eran ojos como de ciega: se notaba que no veía. Y empezó a pronunciar palabras arcaicas, casi ininteligibles… La voz no era la suya…  Arrastraba las sílabas  y sonaba  ronca, como la voz de un hombre viejo... 

    Y cuando empezaron a entender lo que decía, les pareció inaudito, extraordinario, prodigioso….


¡¡ Cambia Hombre,  o perecerás!!   

¡¡ Cambia Mujer,  o perecerás!!


   Sonó casi como un rugido… y fueron las primeras frases que pudieron entender con claridad.

   Verónica estaba muy pálida, con esos ojos abiertos que no miraban… Y continuó diciendo cosas que asustaban... 


¡Se acerca la purificación total!  

¡Se acerca el juicio final! 


No  hay respeto por las Leyes Divinas.

El caos y la oscuridad reinan en este mundo, 

el egoísmo, la violencia y el odio …

Mas  el planeta hará justicia…

Y muchos morirán.


Ya no hay ni moral ni orden. 

La  deshonestidad  preside vuestras vidas,

la mentira, el engaño y el robo… 

Mas el planeta hará justicia…

Y muchos morirán.


Hoy sólo prevalecen

las leyes de la materia,

la codicia, la corrupción y el atropello.

Mas el planeta hará justicia…

Y muchos morirán


   Fueron apenas unos minutos… 

   Cuando la voz calló, Verónica cerró los ojos y se derrumbó sobre el asiento. Nadie supo si estaba  dormida o desvanecida. 

   Todos se miraron,  mudos y azorados… 

   Betti fue la primera en hacer un comentario:  

—¡Todo esto fue una actuación, una broma!  —rió nerviosamente. 

—Verónica es incapaz de bromear o actuar… ¡Algo le pasa y habría que buscar a un médico!  —replicó Diego. 

   Isabel intervino, asegurando que lo sucedido era consecuencia del descenso a la cueva. Era extraordinario, por supuesto, pero no se trataba de una enfermedad… Iría a contarle a Fernando, a ver qué opinaba.

   Y se fue por la puerta vaivén.

—Yo creo que Verónica ha tenido una experiencia de canalización —afirmó Mariana, mientras observaba a la chica en ese extraño estado de sueño o desvanecimiento—.  Sin duda es  una sensitiva,  tiene poderes psíquicos. Y es posible, como dice Isabel,  que el contacto con las energías de la cueva haya desencadenado esta capacidad, que probablemente ella desconoce: la de ser canal. Creo que en esas cuevas se realizaron rituales chamánicos  y los  chamanes son canales… 

—¿Qué es un canal?  —la interrumpió Diego.

—Es como un médium, esos que hablan con los espíritus; canal es un término más moderno. Y lo que hace es transmitir información de una Fuente, que es como se llama al emisor del mensaje.

   Acosaron a Mariana con preguntas, sobre todo Diego, quien parecía crecientemente angustiado por el estado de su novia…


   Al cabo de un rato, Verónica despertó de su letargo. Abrió los ojos con sobresalto y   preguntó con la mayor inocencia:

— ¿Qué me pasó?... ¿Me desmayé, no?

   Nadie atinaba a decir nada, hasta que Diego se levantó y abrazándola le dijo:

—Sí, te desmayaste… ¿Cómo te sentís?

   Verónica parecía no saber nada de lo sucedido.

—Me siento rara… Vamos a la cabaña, me quiero recostar.

   Diego sostuvo a Verónica, que caminaba tambaleante, y se fueron.

—La forma en que despertó y lo que dijo demuestran  que no recuerda nada. Canalizó en estado de trance profundo, uno de los más raros  —se asombró Mariana.

   Y se quedaron conversando sobre lo sucedido, mientras afuera la lluvia y el viento continuaban, sin pausa, sin sosiego…


   4.  


   Isabel prepara el almuerzo, Fernando la ayuda. Como era de esperar Paola no vino y tienen que arreglarse solos para todo. 

   Él sigue muy enojado, casi no le habla… Pero ella también está enojada. ¿Cómo no la comprende?  Él también vive de la hostería… Y casi nunca trajo dinero de afuera... Algunas veces, cuando se quedan sin fondos, lo presiona para que vaya a buscar trabajo al pueblo.  Pero él le hizo caso sólo una vez. Fue durante un invierno, el segundo en Cerro de la Isla, cuando consiguió trabajo en la única carpintería de la zona. Y no sólo ganó bien, sino que se perfeccionó en la edificación con madera, por eso supo cómo  construir  las cabañas.  Pero después de eso nunca más logró que él saliera a trabajar… Ella se había extenuado muchos inviernos, haciendo dulces y conservas que vendía en las ciudades cercanas. Y también era ella la que tenía que ofrecer sus productos en los negocios, porque Fernando no servía como vendedor, aunque siempre la acompañaba y la esperaba sentado en el auto. 

   Sus hermanos la ayudan, prestándole dinero que nunca puede devolver, por lo cual la propiedad  también es, ahora, de ellos. Pero Fernando nunca se hace cargo y no le importa que sus hermanos se vayan asociando de a poco, gracias a los préstamos…  A Fernando no le importa el dinero, está convencida de eso… Sólo le importan algunos trabajos creativos (como construir cabañas o cuidar la huerta y el jardín), sus libros, el “shiatzu”  y sentarse a meditar…  La música tampoco le importa más... Y menos mal, porque si encima se pusiera a tocar,  ya no podría contar con él para nada. Pero, ¿qué sentido tiene quejarse?...  Él es así…  y sin embargo lo quiere,  como siempre, más que nunca. Él no va a cambiar…  Pero a pesar de eso,  de su imprevisión,  de su desidia, de su indiferencia por las cuestiones prácticas, lo ama cada día más…

   De pronto,  aparece  por la puerta vaivén la figura desaliñada y enojosa de Betti.

— ¡Quiero irme!  —anuncia con voz chillona—.  ¿Cómo hago para irme?

   Isabel  la invita a sentarse, le sirve un café.  Fernando le dice que con gusto la llevaba hasta el cruce, pero ya ve lo que está pasando:  imposible salir a esos caminos con esta tormenta. Ni cree que se pueda cruzar el vado, habrá que esperar hasta que mejore.

   Betti pregunta por taxis y otras alternativas. Isabel le asegura que ninguno de los tres taxistas del pueblo se atrevería a venir a buscarla con este temporal. Y además, aunque alguno se animara, no podrían avisarle.

   Betti se muestra muy enojada, acusa y reclama. ¿Cómo no tienen algún sistema para  comunicarse?...  Ese no es el modo de tratar a los turistas en un hotel;  le parece irresponsable, casi criminal;  cuando vuelva a Buenos Aires va a presentar un reclamo formal en la agencia y va a consultar  a su abogado. 

   Los abruma con gritos, con acusaciones, y luego se va,  furibunda.   

   Fernando mira a Isabel acusadoramente:

—Tiene razón, no hay forma de comunicarse desde aquí, no hay señal para celulares, ni  teléfono fijo  y...

—¡Eso no es culpa nuestra, sino de la compañía telefónica!...  Nadie tiene teléfono en la zona, ya lo sabés…   

—¡Sí,  pero los demás no tienen un hospedaje,  tiene razón ella!...  Tendríamos que tener algo, quizás un equipo radiotransmisor…  Alguna vez lo pensé, pero...

—Pero costaba dinero…  

—Sí…  y lo fuimos posponiendo, y mirá ahora... ¡Mirá si nos hace juicio!

   Isabel no responde…  Su marido es un miedoso… Y la loca esa… Ya se le va a pasar… Hay que entretenerlos y darles comida rica… 

   En la radio, un parte extra habla de notable creciente en los ríos, de evacuaciones en algunos sitios… Isabel se pone a revisar los estantes, la heladera y el “freezer”. Alimentos no perecederos tiene de sobra, pero las verduras y frutas no serán suficientes si el temporal se prolonga muchos días.

—Voy a tener que usar menos frescos, porque no vas a poder bajar al pueblo hasta que pare y en la huerta solamente quedan lechugas y zanahorias… Y de congelados tengo poco, hace mucho que no vamos a la ciudad… Pero latas tengo… Bueno, ya veré como nos arreglamos.

   Él  responde en voz muy baja, antes de salir por la puerta de atrás:

 —Hacé lo que quieras, me da igual…


   5.


   El día anterior Betti había intentado partir…

   Luego de haber escuchado (desde el comedor y sin querer) la conversación entre Luis e Isabel, y sabiendo por declaraciones casuales de Diego que él también deseaba irse,  había pensado en convencer a los dos para organizar  la partida  juntos.  Primero se había dirigido a la cabaña y fue Diego quien salió a recibirla, aclarando que Verónica estaba durmiendo. Al proponerle partir en su auto, el chico le confesó que nada deseaba tanto como irse de Cerro de la Isla  y más en ese momento, con la tormenta que se venía, pero no podía convencerla a Vero y no iba a irse sin ella.  A lo mejor en un par de días....  Desanimada, había buscado a Luis. Al encontrarlo en la salita  mirando una película, le pidió con impaciencia que la detuviera porque necesitaba decirle algo urgente. Y le confesó haber oído  su conversación con Isabel. 

—¡Me parece indignante que se hayan olvidado de usted, es una total falta de respeto!

—La verdad que sí, no entiendo cómo pudo olvidarse, me había parecido un hombre muy amable...

   Entonces trató de convencerlo para irse juntos: podrían cruzar el vado y luego caminar  hasta el camino principal…  Allí seguramente  pasaría algún vehículo y le harían señas para que los lleve. 

   Su propuesta no fue recibida por Luis con entusiasmo:

—Usted es más aventurera de lo que yo hubiera pensado,  pero la verdad es que no me animo. Primero: creo que hasta el camino principal es mucha distancia para hacerla a pie. Segundo: está por llover en cualquier momento. Tercero: en un par de horas es de noche. Sinceramente no. Tenemos que aguantar hasta mañana y entonces exigirle a Fernando que nos lleve. No entiendo cómo se olvidó, ¡ya me va a oír!

   Betti quedó decepcionada… Por la mañana despertó disgustada y ansiosa,  con un enorme deseo de irse. Y la visita a los dueños sólo había servido para aumentar su rabia. 

   Al salir de la cocina, se desahogó con la profesora, a quien encontró leyendo en la salita. A los gritos le contó lo indignada que estaba, hablando pestes de los dueños del hotel. Y a cada uno que aparecía le repetía lo mismo.


   6.


   Mientras se acomodaban en el comedor, Mariana intentó disculparlos y justificarlos, pero fue casi la única. De a poco todos se estaban enojando con Isabel y Fernando, incluso un poquito Clara,  porque hubiera deseado al menos un teléfono para hablar con sus hijos y evitar que se preocuparan. 

   Ya estaban  sentados, cuando por la puerta vaivén aparecieron los culpables. 

   Luis hizo algunos gestos a Fernando que equivalían a un reproche, y él le pidió perdón varias veces: era un distraído, la lluvia que se venía,  había salido apurado, que lo disculpara, por favor, que lo disculpara…  

    Luis no le respondió, tenía cara agria, y Betti aprovechó para renovar sus críticas a los dueños, sin guardarse nada.

   Fernando se mostraba avergonzado  y confesó que ellos tenían razón, pero que la culpa de no tener teléfono era del gobierno, de las autoridades locales y también de la compañía telefónica. 

   Después hubo un tenso silencio durante largo rato, que sólo interrumpía Mariana, con el auxilio de Clara, para hablar de la tormenta o de cosas intrascendentes, como el sabor de la limonada o el de los ravioles, que estaban riquísimos.    

   Los chicos no habían venido, pero cuando estaban por los postres apareció Diego.

—Verónica no está bien  —les contó—,  se siente confundida, con un extraño malestar físico y mental.  Sólo quiere dormir,  pero me pidió que le lleve un té con  tostadas. Y mi almuerzo me lo llevo allá, no quiero dejarla sola mucho tiempo.

   Mariana pensó que su llegada era muy oportuna:  se calmo la tensión y pudieron cambiar de tema. 

   Diego se fue con una bandeja repleta de cosas que le preparó Isabel, y apenas salió retomaron el análisis de lo acontecido por la mañana. A Clara todavía le duraba la  impresión, y Luis pidió a los dos expertos que contestaran sus preguntas.

—¿Qué dicen generalmente los mensajes canalizados? —inquirió  muy intrigado.

—Hay explicaciones acerca de la naturaleza del ser humano y de la Realidad,  mensajes proféticos, respuestas a todo tipo de preguntas, información científica, asesoramiento espiritual y psicológico, sanación a otras personas mediante el canal, etc., etc. —respondió Fernando.

—Y lo que canalizó Verónica, ¿era un mensaje profético?

—Sí, lo era  —confirmó Mariana.

—Hay muchas profecías canalizadas y a grandes rasgos todas están de acuerdo —continuó Fernando.

—¿Qué dicen?

—Que se acerca un cataclismo, después del cual el mundo no será el mismo. Será terrible, pero luego vendrá una época de paz,  amor y armonía como nunca antes hubo en el planeta… Tenemos una película sobre Nostradamus muy buena, si quieren podemos verla después de la siesta. 

   Diego había vuelto para buscar más ravioles y exclamó que deseaba verla  y que Verónica,  quien ahora estaba despierta y había compartido el almuerzo con él, casi seguro también.

   Betti declaró que no le interesaba el tema y que no asistiría.  Isabel le dijo lo de siempre: que no estaba obligada a nada.

   Los ánimos empezaron a caldearse nuevamente, pero Fernando lo impidió,  invitando a todos,  con amabilidad,  a retirarse, porque ellos tenían que levantar la mesa y continuar con sus tareas. 


   7.


   Por la tarde temprano se encontraron  para ver la película.  Incluso vino Betti, a pesar de sus desaires,  y también Verónica,  algo pálida, aunque manifestó que se estaba recuperando y que por nada se perdía esa película. 

   Se distribuyeron en  sillas y sillones,  y se enfrascaron en la historia durante casi dos horas. Era la vida de Nostradamus  y en los minutos finales muchas escenas sintetizaban sus predicciones, bastante aterradoras.

   La película los atrapó sin excepciones, aunque de modos diferentes, y eso quedó claro cuando la comentaron. Fernando descubrió detalles que pasara por alto en ocasiones anteriores; para Mariana fue apasionante; a Clara le gustó pero se angustió; a Luis y a Diego les despertó un interés casi científico; y Betti, para el asombro de todos, la disfrutó:  le gustaban los films de época. 

   Verónica quedó maravillada y le preguntó a Fernando si podía volverla a ver después de la cena. Él le sugirió dejarlo para otro día: era una película demasiado impresionante. Y  Diego coincidió con Fernando:

 —Te va a hacer mal Vero, estás muy sensible.

  Isabel y Fernando se fueron a preparar la cena y los demás siguieron conversando acerca del film,  lo cual enseguida derivó en el tema de las profecías. Y cuando Mariana estaba repitiendo, a modo de resumen, lo que habían dicho por la mañana y durante el almuerzo,  Betti, con sonrisa maliciosa, reveló:

—Estas profecías, tal como voy descubriendo,  dicen lo mismo que dijo Verónica durante el desayuno. 

   Verónica empalideció y preguntó, con verdadera sorpresa: 

—¿Qué pasó durante el desayuno?...  ¿Qué fue lo que dije?...

   Nadie parecía animarse a contarle. Ofuscados, perplejos, se espiaban unos a otros con disimulo hasta que Verónica, casi llorando, miró a Mariana y le rogó que se lo dijera.

   Mariana, levantándose,  le aseguró que enseguida le explicaría todo.

—Pero será mejor si te lo explico a solas  —declaró, mirando a los demás. 

   Se fueron las dos al salón de la entrada, mientras Diego  reprochaba duramente a Betti por haber hablado.

   Betti no se defendió. Encendió un cigarrillo y después de fumar casi la mitad y llenarles el lugar con humo, se fue sin decir más nada.

   Quedaron en silencio, expectantes… Diego se levantó y se volvió a sentar varias veces.

   Al rato volvió Mariana y le dijo a Diego que Verónica lo esperaba junto a la puerta: no estaba bien, quería ir a la cabaña.

   Diego salió corriendo, y Mariana contó: 

—No fue fácil…  No podía creerlo…  Se puso a llorar… Tuve que explicarle un montón de cosas, pero sigue sin entender demasiado…  Por suerte, creo que confía en mí, y como yo le aseguré que lo que le pasa no es algo malo, sino todo lo contrario, y que puede traer mucho sentido y trascendencia a su vida, se calmó un poco, aunque está asustada y confundida. 

   Luis criticó a Betti, pero Mariana opinó que a pesar de su intención aviesa, esa revelación había venido muy bien:

—En algún momento Verónica tenía que saberlo, mejor así...

   Luego Mariana buscó un libro entre los muchos que había en los estantes  y dijo que se iba a su dormitorio,  porque le gustaba leer acostada. 

   Luis la imitó: él también se quería recostar un rato.

   Solamente se quedó Clara, tejiendo.

   Afuera la lluvia continuaba, tenaz, y estaba muy oscuro. El cielo, cargado de nubes, se había vuelto  impenetrable a la luz.


No hay comentarios:

Publicar un comentario